Debate sobre el Sáhara Occidental en El País


TRIBUNA:
Entidad saharaui, identidades y nación, Bernabé López García, El País - Opinión - 23-04-2005

Bernabé López García es catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Averroes hispano-marroquí.

Reducir el conflicto del Sáhara Occidental a una cuestión de identidades no reconocidas o a un choque de nacionalismos es, tal vez, una simplificación, pero sin duda puede ayudar a comprender la realidad.

La doctrina oficial marroquí se empecina en negar la existencia de la identidad saharaui, sin querer ver que 30 años de espera en los campamentos de Tinduf, en condiciones inhumanas de sacrificio, alimentando la idea de un retorno en libertad a su tierra, son más que suficientes para demostrar que hay una voluntad firme de construir una entidad donde sentirse dueño de sí. Hoy, 30 años después del inicio del conflicto, esa idea identitaria no sólo no ha muerto en los saharauis del exterior, sino que está más viva que nunca en los saharauis del interior. Lo demuestran estas últimas semanas manifestaciones de diversa envergadura en los territorios del Sáhara, en El Aaiún o Esmara, pero también entre la juventud saharaui que estudia o trabaja en Rabat, Marraquech o Agadir. Desde hace unos meses se ha abierto en Marruecos un espacio televisivo propio para los saharauis que les habla en hasaniya, que difunde su música y su folclore y que pretende acercarles a la que se tiene por "madre patria". Ha sido una respuesta tardía -y sin duda insuficiente- a este sentimiento identitario.

En un momento crucial de la historia marroquí, en el que se hace un balance de memoria, en el que se enjuician los años de plomo bajo Hassan II, como valientemente la IER (la Instancia de Equidad y Reconciliación) está llevando a cabo, es necesario evaluar también la política sahariana, sus errores por una gestión exclusivamente securitaria que no ha sabido ganar el afecto de las poblaciones que viven al sur de Tan Tan y Tarfaya. Precisamente en el Sáhara ha sido donde la IER ha cosechado más dificultades, porque los represaliados del territorio han puesto condiciones para participar en la encuesta que van más allá de los límites marcados por la IER, incluyendo el enjuiciamiento de los responsables de las violaciones de los derechos.

Los nacionalismos, cuando arraigan en los pueblos, no importa que sean jóvenes como el saharaui. El sentimiento difuso de pertenecer a ese gran desierto que es el Sáhara, tan afirmado entre las tribus bidan, no se convirtió en nacionalismo político hasta 1969-1970, en que una generación de jóvenes saharauis rechazaron las componendas que la vieja generación de jeques tribales estaba dispuesta a hacer con las autoridades coloniales tras la retrocesión por España de Ifni a Marruecos, y ante los rumores de todo tipo que corrían sobre el futuro del Sáhara. Novedoso, en una sociedad tan "geriarquizada" como la saharaui, esa ruptura generacional que prendió bien entre la juventud del territorio, así como entre la que vivía en Marruecos desde la guerra de Ifni en 1957, en convivencia con la izquierda marroquí. Me lo recordaba hace unas semanas uno de los fundadores del Polisario, Salem Lebsir, sobrino del protomártir Mohamed Bassiri, en el campamento de "Dajla", del que es gobernador, cerca de la frontera mauritana al sur de Tinduf.

Este sentimiento de identidad no hará sino desarrollarse cuanto más se le niegue desde ese otro sentimiento nacional, el marroquí, convencido de la existencia de lazos estrechos entre saharauis y marroquíes. No seremos los que compartimos la diversidad de la península Ibérica los que neguemos la legitimidad de ambos sentimientos. Pero ¿son necesariamente excluyentes? Lo cierto es que lo han sido porque los diferentes intereses en juego eran inconciliables: los de una dictadura franquista que buscaba prolongar su dominio colonial bajo la fórmula de una falsa autonomía; los de una monarquía autoritaria deslegitimada en el interior de su país y que no logró concertar una solución con sus vecinos argelino y mauritano; los de una oposición nacionalista marroquí que venía defendiendo desde décadas la marroquinidad del territorio y que había librado una guerra, en colaboración con elementos saharauis, para la recuperación del territorio en 1957, fruto de la cual España retrocedió la franja de Tarfaya; los de la vieja generación de jeques dispuestos a probar todas las fórmulas que les permitieran conservar sus privilegios; y, por último, los de esa joven generación de nacionalistas saharauis en ruptura con el oportunismo de sus viejos y que desconfiaban de lo que habían percibido como expansionismo marroquí gracias, en parte, al mensaje recibido de los españoles.

No todo en el nacionalismo marroquí en su aspiración a recuperar el Sáhara fue chovinista, como denunciaba la extrema izquierda en publicaciones como Souffles o Anfás, en el Marruecos de principios de los setenta. ¿Por qué, si no, el Istiqlal, conservador nacionalista, convergía con los socialistas de la UNFP y la USFP y con los comunistas de Alí Yata? ¿Por qué el libro de este último, que reivindicaba un Sáhara marroquí, fue prohibido en 1972 y no sería permitida su venta hasta vísperas de la Marcha Verde? No todo era puro "imperialismo chovinista" en ese sentimiento originario nacionalista marroquí, convencido de que los saharauis recibirían con los brazos abiertos a una Marcha Verde en la que participaron con entusiasmo élites y pueblo y que no fue -lo digo como testigo desde Fez del impacto interior de aquel evento- tan caricaturesco como nos lo han pintado nuestros medios desde entonces.

Faltó, sin duda, conocimiento y reconocimiento de las realidades y los sentimientos en juego y, desde luego, respeto por la opinión de los principales interesados, los saharauis, ignorados en aquella ceremonia de la precipitación que fue el Pacto Tripartito de Madrid.

Ese sentimiento casi unánime de la sociedad marroquí -no olvidemos a quienes padecieron lustros de cárcel por no compartirlo- acerca de la marroquinidad del Sáhara, ha durado mucho tiempo, primero, porque nunca nadie le contó otras caras de la verdad, y segundo, por el miedo a una represión que llegó a la amenaza de Hassan II de arrasar la casa de quien contemporizara con el Polisario. Pero hoy, pese a ser todavía fuerte, ha comenzado a diluirse. Si hace cuatro años el ministro de Comunicación aseguraba que en la cuestión del Sáhara sólo el monarca estaba autorizado a debatir y que cualquier opinión "fuera del consenso nacional estaba prohibida", hoy la prensa marroquí ha roto esos esquemas. Saharauis como Alí Salem Uld Tamek afirman en dicha prensa que se sienten saharauis y no marroquíes; periódicos independientes critican la gestión represiva de la cuestión saharaui y la violación de los derechos humanos en el territorio, en contradicción con la apertura política en Marruecos; Le Journal Hebdomadaire ha llegado a publicar una foto a toda página de Mohamed Abdelaziz como uno de los personajes más influyentes en Marruecos; un diario casablanqués publicó una entrevista con él, impensable tan sólo hace unos meses; se empieza a cuestionar ya un punto central de la doctrina oficial marroquí construida sobre la retención forzada de los refugiados, como hizo en una entrevista a un semanario el periodista Alí Lmrabet.

Por todo ello se ha pasado a la contraofensiva desde las instancias oficiales con una campaña de movilización popular que incluía una manifestación en Rabat pidiendo el retorno de los "retenidos", el proyecto de envío de un millón de cartas al secretario general de Naciones Unidas en este sentido y una operación de intoxicación a través de la agencia MAP sobre supuestos tráficos de órganos y drogas en los campamentos. En este marco hay que situar la lamentable inhabilitación por diez años a Lmrabet a ejercer como periodista. No es por este camino como puede encontrarse una solución, sino por el del conocimiento y reconocimiento.

Parece que en un reciente encuentro entre el presidente Buteflika y Taieb Fassi-Fihri, ministro delegado de Asuntos Exteriores marroquí, aquél habría propuesto como vía de solución el reconocimiento por Marruecos de una entidad saharaui, sin precisar las fórmulas de soberanía que aquélla pudiera adoptar tras un necesario diálogo entre las partes. Pero la obsesión antiargelina de las autoridades marroquíes, convencidas de que la solución de la cuestión está en Argel y no en Tinduf, les habría llevado a oponerse, no viendo en la propuesta otra cosa que una nueva maniobra antimarroquí. Tampoco parece que se quiera mirar más allá, entreabriendo puertas que permitan una salida. La ley de partidos, que votará pronto el Parlamento marroquí, prohibirá los partidos regionales, cerrando las puertas a una hipotética reconversión política del Polisario, que, por difícil que parezca, sería una de las escasas salidas en línea con la solución sin vencedores ni vencidos que preconiza la ONU desde hace unos años, llámesela Plan Baker, tercera vía o salida autonómica.

Los marroquíes no quieren ceder en su soberanía sobre el Sáhara. Se comprende. Pero los saharauis exigen con toda lógica un reconocimiento de que los 30 años fuera del territorio no han sido en vano. ¿Puede Marruecos ofrecerles algo satisfactorio que implique el retorno a su tierra, el reconocimiento de capacidad "sustancial" de control sobre sus asuntos, libertad de expresión para su movimiento de liberación, convertido en fuerza política normalizada en un marco institucional nuevo de integración en un Marruecos descentralizado y democrático? Naturalmente, parece mucho pedir para el Marruecos de hoy. Supone el desmontaje de un sistema con raíces centenarias reconstruido tras la colonización hace 50 años. Pero hay voces de peso que sugieren algo parecido. Es Abdallah Laroui, el historiador marroquí por excelencia, quien en su libro Le Maroc et Hassan II reclama la necesidad de revisar "la actual concepción de la unidad nacional". Se refiere a la forma del Estado, a una nueva articulación que reconozca su pluralidad y diversidad. Defiende "parlamentos locales instalados en las principales capitales regionales (con) jefes de los ejecutivos locales responsables ante dichos parlamentos". En este diseño cabría un lugar para un Sáhara con autonomía plena. No lo dice expresamente, pero dice algo más rotundo: "El problema (es) desmontar el mecanismo que permite al régimen -cherifiano, como se dice- perseverar en su ser desde tantas generaciones", un régimen, un "sistema tradicional", que ya se mostraba inadecuado, según él, en 1910, que lo siguió siendo en los noventa y que perdura aún hoy, bloqueando todo progreso.

Marruecos es hoy un país de opinión pública y ésta cuenta ya en la vida política. Ciertos intelectuales comienzan a pronunciarse sobre el Sáhara, desmarcándose, aunque tímidamente todavía, de la rígida posición oficial. Abdelali Benamour, fundador de Alternatives, asociación con mucha influencia en la sociedad civil, propone en un reciente libro una amplia autonomía para el Sáhara en el marco de una soberanía marroquí en un "Magreb de las regiones". Khalid Jamaï, antiguo redactor jefe del diario istiqlaliano L'Opinion, cuestionaba hace unas semanas la manifestación de Rabat, a la que se ha hecho referencia más arriba, denunciando un estilo que recordaba las campañas orquestadas desde Interior hace unos años y cuya capacidad de convocatoria quedó muy por debajo de las facilidades oficiales recibidas, como la rebaja del 50% en los ferrocarriles para los asistentes o una amplia campaña mediática. El mismo Laroui considera al Sáhara, sin desdecirse de su visión patriótica, como un doloroso asunto que ha trabado el progreso de Marruecos, como el elemento que sirvió de pretexto para no democratizar el país.

El esfuerzo que España quiere desplegar en el Magreb para lograr una solución a la cuestión del Sáhara debe dirigirse sobre todo a Marruecos para que siga el camino que le indican estos intelectuales y no cierre puertas que abran caminos para la resolución de un problema como éste. España tiene argumentos para mostrar a nuestros vecinos que descentralizar un país es contribuir a su enriquecimiento y no abrir la caja de los truenos. Es una tarea no sólo de la diplomacia, sino de los partidos y entidades de la sociedad civil -entre ellos, el Comité Averroes- que mantienen un diálogo con sus homólogos marroquíes.


TRIBUNA:
La cuestión saharaui y los analistas españoles, Ahmed Bujari, El País - Opinión - 07-05-2005

Ahmed Bujari es representante del Frente Polisario ante la ONU.

Los saharauis pertenecemos a un pueblo que ha decidido escribir su propia historia. Amamos la libertad y no somos ni queremos ser parte de nadie ni entidad dentro de nadie. Compartimos con Marruecos y con las naciones árabes, pequeñas o grandes, lo que Guatemala y Costa Rica o Paraguay comparten con México o con Perú.

De ahí que el pueblo del Sáhara Occidental sea un elemento ineludible en la ecuación del pasado, presente y futuro de la región. Los efectos sobre dicho pueblo de un entorno geográfico implacable, "mitigados" por una larga colonización que lo había empobrecido para al final dejarlo abandonado a su suerte, y el asalto directo de dos ejércitos extranjeros, no pusieron fin a su resistencia ni a su existencia.

Este conflicto que tanto daño hizo a los pueblos saharaui y marroquí debe y puede solucionarse. La comunidad internacional, con el acuerdo formal de Marruecos, se comprometió a organizar un referéndum de autodeterminación que permita al pueblo saharaui ejercer el derecho, básico e inherente a toda solución democrática, de elegir libremente su futuro. Hemos jugado de forma transparente y honesta las reglas del juego cumpliendo con las obligaciones adquiridas frente al Consejo de Seguridad. Al haber aceptado el Plan Baker, hemos ido mucho más allá de dichas obligaciones. Y lo hemos hecho por una sincera fe en la posibilidad de la paz para cuyo advenimiento había que pagar un precio, incluso superior al inicialmente pedido. La otra parte, un Estado que dice respetarse a sí mismo, decidió no respetar sus propios compromisos, y optó por retirarse del juego minutos antes del final del partido, cuando el referéndum de autodeterminación que había voluntariamente aceptado estaba a la vuelta de la esquina.

Los saharauis no podemos asumir la responsabilidad del fracaso de la ONU en hacer que Marruecos cumpla con la legalidad internacional y pagar otro precio como el de nuestra inserción a título de "entidad" en un país territorialmente demasiado goloso. El estancamiento actual del proceso de paz daña por igual a saharauis y a marroquíes, así como al conjunto de la región, por los enormes riesgos que conlleva para el ya fragilizado alto el fuego. Ello nos debe obligar a todos, España incluida, a hacer esfuerzos, a fin de reconducir el conflicto de la mano de la legalidad internacional -única pista confiable- hacia su solución justa y definitiva.

El liderazgo saharaui no puede ofrecer a Marruecos lo que no posee. La soberanía del territorio es un derecho del pueblo saharaui, y sólo él, a través de un referéndum, podría pronunciarse válidamente sobre ella. A su vez, el liderazgo marroquí no puede exigir la aceptación previa de los frutos de una conquista territorial al estilo del Tercer Reich, ya que sería altamente peligroso para todos, España incluida, admitir el principio de la geometría variable de las fronteras marroquíes que le permite a este país adueñarse tanto de lo que le pertenece como de lo que no le pertenece.

Marruecos aceptó voluntariamente la vía del referéndum de autodeterminación. Desde la lógica racional, resultaría más factible reanudar el proceso de aplicación de acuerdos que fueron mutuamente aceptados por las partes y bendecidos por la comunidad internacional que dejar que las cosas se pudran en espera de la ilusión, fomentada interesadamente por Marruecos, de la llamada solución "mutuamente aceptable", que, más allá de las apariencias semánticas, se recusa a sí misma por implicar la legitimación del principio de las fronteras de geometría variable.

Lo que el liderazgo saharaui sí podría ofrecer a Marruecos es analizar con voluntad positiva los posibles intereses económicos y preocupaciones de seguridad, sin perder de vista el interés estratégico saharaui en la edificación del Magreb y en el establecimiento de relaciones especiales con la comunidad de las naciones hispanoparlantes. Nuestros amigos marroquíes -único obstáculo en el camino- deben demostrar que en su país hay un nuevo talante democrático y que su vinculación a la paz y a la construcción magrebí ha reemplazado definitivamente al chovinismo irredentista.

No ser parte directa en un conflicto, sea cual fuera la naturaleza de éste, ofrece al experto que quiera analizarlo el inestimable privilegio de poder hacerlo con ecuanimidad objetiva. Esto viene a cuento del artículo de Bernabé López Entidad saharaui, identidades y nación (EL PAÍS, 23-4-2005), un intento lamentablemente abortado por lo que podría ser llamado "viejo interés mental creado" sobre la pertinencia de las reivindicaciones territoriales marroquíes, factor omnipresente en anteriores trabajos del mismo autor (El País, 7-9-2004 ver Sahara-info No 127).

Una reflexión hoy sobre el Sáhara occidental, después de los ríos de tinta y sangre vertidos, que evite hacer una referencia a la legalidad internacional, vector esencial en la búsqueda de toda solución a un problema de descolonización, resulta ciertamente sorprendente. El autor renuncia a esta pista y la sustituye por una multiplicidad de caminos y veredas irregulares que acuden incluso a "la diversidad de la península Ibérica" para justificar la preeminencia de un "sentimiento nacional marroquí" frente a otro de simple "identidad saharaui", en detrimento de la existencia del pueblo saharaui, al que evita mencionar en toda la extensión del trabajo. Sostener que "los marroquíes no quieren ceder en su soberanía sobre el Sáhara" y que ello "se comprende" es resultado de lo anterior y emplaza al autor de la aseveración fuera del curso de la historia.

No hay nadie que haya reconocido esa pretendida soberanía, empezando por los propios marroquíes. Hassan II, que había aceptado el plan de arreglo y los acuerdos de Houston, la puso en tela de juicio cuando proclamó públicamente en dos ocasiones que " si los saharauis optaran en el referéndum por la independencia, sería el primero en abrir una embajada en Smara o en la ciudad que eligiesen como capital".

El actual liderazgo marroquí, en reflejo de los frecuentes vaivenes en la posición oficial, renegó en 2004 de este legado, a través del injustificado rechazo a los acuerdos de Houston y al Plan Baker. Si preguntamos a la Unión Africana sobre la cuestión de la soberanía, la respuesta es clara desde el momento en que la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) fue aceptada como Estado Miembro. A ello se suma el hecho de que para las Naciones Unidas la presencia marroquí en el Sáhara occidental no tiene carácter legal. El célebre dictamen del Tribunal de La Haya de 1975, reafirmado y complementado por el del Departamento Jurídico de 29 de enero de 2002, corrobora que estamos ante una mera ocupación sostenida por la fuerza, contra la voluntad del pueblo saharaui.

No es por ello razonable ignorar todo esto y al mismo tiempo asumir el riesgo de impartir consejos sobre cómo debe solucionarse un conflicto en la agenda del Consejo de Seguridad que mantiene hipotecado el futuro de toda la región magrebí. No teniendo arte ni parte en el conflicto que tanta sangre y destrucción trajo a los pueblos saharaui y marroquí, debería sin embargo facilitar un análisis objetivo que ayude a los dos pueblos a salir del atolladero del conflicto, entendiendo la objetividad, no como la resultante obligada de lo políticamente correcto.

España, desde sus potencialidades, puede efectivamente hacer una contribución de inestimable valor, no sólo por la dimensión bilateral con las componentes de la región, sino y sobre todo por un elemento que ninguna otra potencia posee. España debe ser parte en la solución del conflicto en cuyo desencadenamiento había tangible y significativamente contribuido. Hacerlo desde el clamor mayoritario de la opinión pública y de la doctrina de la ONU o desde la objetividad abortada de Bernabé López es una disyuntiva no despejada del todo.


CARTAS AL DIRECTOR
El debate sobre el Sáhara, Bernabé López García (Universidad Autónoma de Madrid) El País - Opinión - 21-05-2005

La respuesta del representante del Frente Polisario en Naciones Unidas (La cuestión saharaui y los analistas españoles) a mi artículo del pasado 23 de abril, Entidad saharaui, identidades y nación, es una buena contribución al debate sobre el Sáhara Occidental, tan estancado como el conflicto en sí. Con ella se cumplía el objetivo principal que tuve al escribirlo, que no era otro que insistir en la urgencia de una solución. No es éste sin embargo el lugar apropiado -ni hay espacio- para contestar una por una a sus argumentaciones, alguna de ellas demasiado rotunda. Pienso sin embargo que Ahmed Bujari ha leído con anteojeras mi artículo, pues me guardé muy bien en él de pronunciarme sobre la preeminencia de ninguno de los nacionalismos que describía, el saharaui y el marroquí.

En ningún momento hablé de derechos históricos al territorio por parte de Marruecos, como tampoco de preeminencia de las reivindicaciones territoriales marroquíes. Hace tiempo que pienso que la historia no es la clave en este asunto y que, si alguien tiene el derecho a la palabra, son, antes que nadie, los saharauis, los verdaderos excluidos y "principales interesados", como creía haber dejado claro en mi artículo. Preferí hablar de sentimientos. Algo mucho menos tangible, menos comprobable y desde luego mucho más difícil de cambiar o modificar, como demuestra la realidad cotidiana. Los nacionalismos son sentimientos construidos, pero asumidos colectivamente y, cuando aparecen enfrentados, sólo cabe conciliarlos entre sí a través del debate, la persuasión y la negociación. Lo que sí afirmaba en mi artículo era la pertinencia de ambos nacionalismos, el saharaui y el marroquí, que no tendrían que ser excluyentes, aunque la historia los hizo chocar. Recurría a un ejemplo ibérico, pues estoy convencido de que el nacionalismo catalán, el vasco o el gallego no tienen por qué ser excluyentes del español, amparados como están por el artículo 2 de la Constitución que les reconoce el carácter de nacionalidades. La doctrina de Naciones Unidas promueve que dialoguen entre sí las partes para finalizar el proceso inconcluso de autodeterminación, en el que lo que defienden los dos nacionalismos, la independencia del territorio o alguna fórmula de integración en Marruecos, se sitúan en el mismo plano de legitimidad. Nada impediría, en coherencia con la doctrina de la ONU, que si se llegase a un acuerdo por ambas partes, la pregunta en el referéndum de autodeterminación se formulase en relación con dicho acuerdo.

Dicho esto, soy consciente de lo utópico -por el momento- de pretender conciliar ambos intereses: el propio artículo de Bujari viene a dejar claro desde su punto de vista que lo que piensen Marruecos y los marroquíes sobre la cuestión no es asunto de saharauis, pueblo que, según él, se basta a sí mismo para escribir su propia historia. Y sin embargo nada más utópico en un mundo globalizado que esa autosuficiencia, ni más lejos de la realidad, ya que no hay porvenir en la región salvo en el entendimiento económico, político y cultural entre vecinos magrebíes. Grandes y pequeños.

Olvida por otra parte Ahmed Bujari que ése, como otros de mis artículos, no se dirige sólo a una opinión pública como la española, a ese "clamor mayoritario" que simpatiza con el Frente Polisario, sino también a la otra parte, la opinión pública emergente marroquí, procurando erosionar el discurso único oficial carente de reflexión y de argumentación.

Mi reciente visita a los campamentos de Tinduf me ha servido para corroborar la urgencia de una solución, así como la firme voluntad del pueblo saharaui para defender su identidad, pero también para comprobar que el resentimiento hacia Marruecos -comprensible, si me permite la palabra Bujari- es arraigado y profundo, por lo que va a resultar muy difícil que acepten entenderse con sus vecinos. No es que se digan flores de los saharauis en Marruecos, donde son tratados de separatistas, mercenarios y secuestradores. La reconciliación exige mucho coraje político por parte tanto del liderazgo saharaui como del marroquí. Mucha explicación política, mucha persuasión en ambas direcciones. Y no hablo sólo de la utopía autonómica que preconizo, sino en cualquiera de las salidas que se quieran emprender.


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