Pocos días antes de que, James Baker, el nuevo y flamante enviado especial de la ONU convocara en Londres al Frente Polisario y Marruecos a una nueva ronda de conversaciones para estudiar la posibilidad de relanzar el Plan de Paz para el Sáhara Occidental, se reunía en Donostia una Conferencia Internacional de Información sobre el Sáhara Occidental. Su objetivo quedaba claro en el lema elegido: Romper el Muro de Silencio. Es decir, analizar la posibilidad de hacer frente a la batalla más importante en esta última etapa de la ya larga lucha del pueblo saharaui por su libertad e independencia: la batalla mediática
La conferencia en sí misma ha sido un claro ejemplo del estado en que se encuentra la información sobre la cuestión del Sáhara Occidental. Junto a la presencia masiva (más de 150 personas) de profesionales de medios locales y regionales y de miembros de Asociaciones, ONGs y comités de apoyo al Pueblo Saharaui, se encontraba un reducido pero importante grupo de periodistas y analistas europeos, argelinos, latinoamericanos y hasta de la India. Como se esperaba, la participación de analistas o profesionales de renombre en el ámbito estatal brilló por su ausencia. Cabe preguntarse cuál es la razón de este ostracismo. Las conclusiones del encuentro han vuelto a confirmar el cúmulo de intereses económico políticos que se ciernen en torno a los medios de comunicación para impedir una información veraz y continuada sobre la cuestión. Un muro, por otra parte, común a muchos otros conflictos y realidades, tanto del tercer mundo como de nuestro entorno más inmediato. Las estrechas vinculaciones entre el poder político y económico y los medios de comunicación son evidentes en nuestro país.
Efectivamente, el tema saharaui prácticamente solo está presente en los medios locales o regionales y, en la mayoría de las ocasiones, referido a iniciativas humanitarias institucionales o de Organizaciones No Gubernamentales que ocultan o silencian el trasfondo político que encierran estas acciones. La información siempre se refiere a los campamentos de refugiados. Nunca a la situación en los territorios ocupados por Marruecos.
La queja de las asociaciones y ONGs asistentes ha sido unánime a la hora de constatar que los medios ignoran sistemáticamente este mensaje, cuando no lo rechazan directamente, alegando que "no vende". En algunos casos extremos se nos ha indicado que sería conveniente aportar "imágenes más dramáticas de la situación" para suscitar el interés del público.
La humanitarización del conflicto del Sáhara Occidental, no es un hecho aislado. Ha sucedido con otros conflictos recientes, como Bosnia o Grandes Lagos y ha llegado a niveles escandalosos en el caso de Somalia. Es una estrategia del poder que pretende eludir así responsabilidades e implicar al conjunto de la población en una falsa solución de los problemas. Los maratones televisivos y algunas campañas de las llamadas multinacionales de la cooperación basadas en un amplio despliegue de pornografía de la miseria son su mejor exponente. Debemos, por tanto, evitar caer en la tentación de recurrir al todo vale para suscitar el interés de los medios por el Sáhara Occidental y, al mismo tiempo, solicitar de l@s profesionales de la información mayor rigor en su acercamiento al tema.
Pero, una de las conclusiones más preocupantes de la Conferencia ha sido la constatación de que el problema saharaui no forma parte del mundo de intereses de otros actores sociales, estos sí, preocupados por el conjunto de cuestiones que puedan hacer un mundo más habitable y justo para todos los humanos sin excepción. Son estos sectores -intelectuales, movimientos sociales en el más amplio sentido, e incluso partidos políticos- los que generan los debates más vivos y las noticias más importantes en los medios de comunicación. En general, esta actitud no se puede atribuir a una falta de solidaridad con la causa saharaui. Casi tod@s están dispuest@s a firmar manifiestos o a prestar su apoyo en acciones puntuales cuando se les solicita. Pero, la causa saharaui, pese al evidente interés que, teóricamente, debería suscitar en nuestro contexto, no forma parte del discurso habitual de estos sectores.
Por tomar tan solo un par de ejemplos:
En el intenso debate que ha seguido al afloramiento del integrismo
islámico en los países del Magreb en los últimos años y que ha incluido
temas de carácter social, como la posición de las mujeres, tanto de allá
como de aquí, o de cariz más político, nada se ha dicho del caso
saharaui, aunque sea como contraste.
Lo mismo ocurre en relación al debate sobre el papel de las agencias humanitarias que se ha generado en torno a la crisis de los Grandes Lagos. Se han criticado modelos y propuesto medidas, pero nadie se ha referido al modelo de autogestión de la ayuda que el Frente Polisario ha levantado en los campamentos de refugiad@s desde hace más de 20 años.
Sin duda parte de la responsabilidad corresponde a las propias Asociaciones y grupos de apoyo que no han sabido transmitir correctamente la información a otros actores sociales. Pero, no deja de sorprender que estos mismos actores busquen modelos y ejemplos en cualquier otro contexto antes que en el Sáhara, siendo teóricamente un caso más cercano tanto histórica como cultural o políticamente. Así, las organizaciones e intelectuales progresistas miran más a Guatemala o al antiguo Zaire, al hablar de refugiad@s, a China o Israel al hablar de falta de respeto a los derechos humanos o hacia la antigua Yugoslavia para ejemplificar las dificultades de construir un área económico política en el Mediterráneo si no se tienen en cuenta las identidades nacionales de los pueblos y raramente se refieren a Marruecos o el Sáhara Occidental para hablar de los mismos temas.
Los análisis y aportaciones de otros grupos y personas comprometidas en la construcción de un sistema de relaciones políticas, económicas y sociales que evite las desigualdades y la injusticia son fundamentales para quienes nos ocupamos más directamente de la solidaridad con la causa saharaui. Sencillamente, es imposible entender el problema del Sáhara sin entender los mecanismos que dominan las relaciones internacionales tanto en el plano geoestratégico como de mercado.
Una dura labor, dado que el trabajo cotidiano de los grupos que se preocupan por estas cuestiones no suele dejar mucho espacio a la reflexión y a la construcción teórica más global y, al mismo tiempo, l@s intelectuales que se preocupan de ello no pueden conocer la cantidad de problemas concretos en los que se pone a prueba su capacidad de análisis. Dicho de forma muy reduccionista, el dilema estaría en optar entre un activismo sin teorización o una teoría tan general que solo lleva a una abstración inoperante.
En la conferencia de Donostia estas dos tendencias aparecían claramente entre los grupos que defendían la publicitación de sus acciones humanitarias (estancias de niñ@s saharauis, caravanas...) y quienes les echaban en cara la falta de discurso político en sus acciones. Pero, estos últimos reconocían su incapacidad para proponer algo más allá de "viejas y gastadas consignas de guerra".
Desde mi punto de vista, la salida debería partir de la conciencia de la necesidad del "otro". En un mundo cada vez más globalizado la tarea de construir instrumentos de transformación de la injusticia y la opresión en libertad e igualdad, pasa por la creación de redes, de espacios de encuentro, enriquezcan nuestros análisis y nuestras formas de lucha.
En lo que hace referencia a la causa saharaui esta necesidad es, si cabe, aún más patente, por el abandono en que se encuentra. Los grupos y las personas que nos ocupamos de la solidaridad con el pueblo saharaui debemos estar presentes, en la medida que nos afectan directa o indirectamente, en los debates antimilitaristas, feministas, ecologistas... y quienes se ocupan del análisis de estos temas deben tener en cuenta, como una más, la realidad de este pueblo, colonizado y abandonado por los gobernantes españoles al más cruel de los suplicios: el olvido.
Vitoria, Julio de 1997