Desde mediados de los setenta, la Casa Real marroquí ha hecho lo
impensable para erigirse en el bastión del antiextremismo
islámico en el norte de África. No se escatimaron medios
ni esfuerzos para vender a Occidente la imagen de un Marruecos
exótico, abierto y moderado cuya sociedad no permitía
ningún tipo de extremismo religioso. Para ello el Gobierno dio
luz verde para que en todos los rincones del Reino Alauita se
permitiese la venta de bebidas alcohólicas y se tolerase la
presencia de burdeles. De hecho, en este último asunto su
tolerancia fue más allá de lo socialmente tolerable: en
el seno del Ejército, que se ocupaba de invadir y
controlar el Sáhara Occidental por la fuerza de las armas,
se crearon cuerpos femeninos especiales cuyo único menester era
acompañar a los guerreros y hacerles más llevaderos los
duros y largos días del desierto saharaui. Como era de esperar,
su vida fue efímera, pues infringía las más
simples normas éticas y morales que toda institución
estatal debe respetar. Por otra parte, se ensalzó el canon
occidental como la única vía del éxito y el
progreso. El país se abrió a todo tipo de modas y
hábitos occidentales; música, cine, vestimenta,
costumbres, todo se tomó prestado de manera rápida y
visible en todos los núcleos urbanos de cierta trascendencia
demográfica. Las grandes ciudades se convirtieron en fieles
copias de sus modelos occidentales y el libertinaje y la
corrupción acamparon a sus anchas por todo el reino. Sin olvidar
que desde finales de los años sesenta Hassán II puso en
práctica un plan para defenderse de la eterna amenaza al trono
alauita y que no es otra que el espíritu rebelde del Rif. Se le
llamó Plan Cannabis y consistía en facilitar a los
rifeños el negocio del hachich para que no le molestaran pero,
eso sí, siempre bajo control del Palacio. De esta forma, la
misma Casa Real recibía dinero cantante y sonante que era
ingresado directamente en bancos seguros en Suiza, Luxemburgo o
Mónaco. Dinero que sería utilizado sin miramientos para
comprar y corromper a cualquier persona del planeta para que baile al
son de los deseos hassanianos. Hoy en día, incluso, esos fondos
secretos son utilizados para amamantar al lobby promarroquí en
España y Francia. Sin embargo, los caminos del Señor son
inescrutables, pues las pequeñas cofradías y grupos
islámicos que en la década de los setenta no dejaban de
ser una rareza que formaba parte del toque exótico y misterioso
de Marruecos se fueron infiltrando en la sociedad hasta alcanzar los
más recónditos lugares del reino, allí donde
apenas llegaba el eco de las instituciones estatales. De hecho, hoy en
día es imposible llevar a cabo un proyecto político
democrático, justo y transparente que no incluya a los partidos
islamistas. Sin olvidar que el Partido para la Justicia y el Desarrollo
(PJD) no es más que la punta del iceberg dado que el verdadero
catalizador del islamismo en Marruecos lo constituye la
organización del jeque Abdeslam Yassin, Al-adl Wal-ihsan, que
aun no siendo legalizada es tolerada por las autoridades. Algo que,
dadas las circunstancias, es obligatorio: ¿se imaginan lo que
ocurriría si el gobierno marroquí quisiera combatirla de
manera frontal y declarada? Es por ello que sus persecuciones se
limitan a los cabecillas más activos y siempre utilizando
subterfugios legales para disimular sus verdaderos objetivos. Y no es
que le falte razón al Majzén marroquí respecto al
peligro intrínseco a este tipo de organizaciones pero
quizá la alarma esté llegando de manera tardía. El
especialista en movimientos islamistas Samir Abou Al Kassem
advertía de que todos los actores políticos estaban
llamados a ser vigilantes ante este género de activismo
susceptible de nutrir todavía más los factores de
integrismo en la sociedad marroquí y “más aun cuando los
principales eslóganes enarbolados por esta asociación
[Al-adl Wal-ihsan] predican la “jihad” y aspiran a la
“islamización del Estado y de la sociedad””. Un proverbio
beduino dice así: “lo que cierres con las manos te verás
obligado a abrirlo con los pies” que es exactamente lo que le
está ocurriendo a la Casa Real marroquí. En los
años setenta no les dio importancia por ser minoritarios; en los
años ochenta, miró hacia otro lado porque los usó
para contrarrestar el empuje de la izquierda beligerante, sin olvidar
los imprescindibles ingresos recibidos de Arabia Saudí a cambio
de tolerarlos; en los años noventa, por una parte Marruecos
pretendía renovar su imagen de país musulmán
moderado y, por otra, el proceso refrendario para la solución
del problema del Sáhara Occidental le tenía ocupado, lo
que en definitiva le obligaba a dejarlos en paz. Pero claro, el paso
del tiempo no perdona y en la actualidad haría falta un milagro
para poder neutralizar a los islamistas en Marruecos. Han estado en un
proceso de metástasis lenta pero imparable durante casi cuarenta
años que acabó llevándoles a la cúspide del
poder real en el seno de la sociedad marroquí. Instaurar una
política democrática en el país, imagen que
pretende dar el Majzén marroquí, sería como
entregarle las riendas del poder a los islamistas y todas las
consecuencias que ello conlleva. Continuar con el sistema represivo de
los años de plomo de Hassán II sería una locura,
pues en la sociedad marroquí actual nadie está dispuesto
a sufrir los fantasmas del pasado. En definitiva, el rey de Marruecos
Mohamed VI está entre Escila y Caribdis.
¿Dónde acabará, estrellándose contra el escollo o engullido por el remolino?
Canarias 8 de Marzo de 2007
Larosi Haidar, UGR
Manuel de Paz Sanchez, ULL
Sergio ramirez Galindo, ULPGC