Aquella tarde de octubre de 1979, los clientes habituales de la
cafetería Nahda situada en una céntrica calle de
Tánger, salieron corriendo hacia los angustiosos gritos
provenientes de la calle. Una vez allí, pararon en seco ante la
horrible escena de la que ya formaban parte, pues ante ellos
apareció un individuo totalmente quemado y humeante que les
gritaba solicitando ayuda. El olor a carne quemada invadió la
calle y el llanto agónico de la víctima paralizó a
los transeúntes del momento. Hubo vómitos y desmayos y el
desventurado quemado se quedó quieto por unos segundos.
Miró con ojos inyectados de sangre a la primera fila de curiosos
obnubilados y al constatar que nadie vendría a socorrerle, dijo
resignado y humeante: “Por favor, al menos quitadme las botas”. Pero
nadie se le acercó y murió con las botas puestas.
Minutos antes, el joven estaba bebiendo alegremente en una boite a
veinte metros de allí cuando, de repente, un desconocido
entró corriendo y le lanzó a boca jarro un cóctel
molotov. Era un terrorista, un islamista, un salafista, ... y era
marroquí, como la víctima. Era uno de esos jóvenes
barbudos que iban por las calles sermoneando a la gente para que
respete los preceptos coránicos y repudie las costumbres
occidentales. De hecho llevaban años proliferando por las calles
de las principales ciudades de Marruecos sin que el Majzén
tomara cartas en el asunto. Aunque su nacimiento tuvo lugar a mediados
de los años sesenta, sin embargo, no sería hasta mediados
de los setenta cuando su presencia sería realmente notoria. Sus
líderes habían aprovechado la vulnerabilidad del rey
Hassán II tras los dos golpes de estado fallidos para colmar los
vacíos institucionales y dedicarse a ganar la simpatía
del pueblo marroquí utilizando los petrodólares wahabitas
que Arabia Saudita inyectaba gustosamente, pues el rédito a
medio plazo estaba más que cantado por la sencilla razón
de que Marruecos era, y de alguna manera sigue siendo, un país
musulmán sumido en la miseria y la ignorancia y desprovisto de
sus libertades más elementales por obra de un rey y su aparato
represor –léase Majzén- que no cejaban en su
empeño de convertir a su pueblo en un rebaño de seres
sumisos y conformistas, aunque ello significara, como había
dicho el propio Hassán II, tener que matar a una mitad para
salvar a la otra. Además, estos nuevos predicadores cuidaban
mucho de no hacer nada que pudiera molestar al todopoderoso rey. No
discutían en voz alta sobre cuestiones políticas, ni le
negaban al rey su autoridad religiosa emanada de su condición de
Comendador de los creyentes ni tampoco rechazaban la marroquidad del
Sáhara Occidental, tres elecciones bien aprendidas que con
el tiempo convertirían a los islamistas en fieles aliados del
monarca en su lucha contra los movimientos de izquierdas durante la
década de los ochenta.
Su entrada en el
escenario marroquí de los setenta había sido tan sutil y
oportunista que ya en 1979, poco antes del atentado terrorista arriba
mencionado, se creó la licenciatura en Estudios
islámicos. Veinte años más tarde, el resultado de
esta infiltración wahabita en el seno de la sociedad
marroquí muestra un panorama preocupante no sólo para la
imagen de moderación y apertura que el Majzén pretende
dar a Occidente sino, también, para la existencia de la propia
monarquía que muchos ya tildan de ilegítima. El
silencio del Majzén ante la expansión del wahabismo en la
sociedad marroquí a cambio de la imprescindible ayuda financiera
de Arabia Saudita en la guerra del Sáhara así como la
neutralización de la izquierda por parte de los militantes
islamistas sería, a la larga, un seppuku alauita de
consecuencias imprevisibles. Aunque Hassán II, primero, y
después su hijo Mohamed VI intentaron controlar e
institucionalizar de alguna manera las corrientes islamistas más
moderadas, sin embargo, la realidad actual del panorama socioreligioso
marroquí dista mucho de estar bajo el control del rey. En el
día de hoy, hay en Marruecos más de 30.000 mezquitas de
las que sólo el 27% depende de la administración, es
decir, que sus enseñanzas religiosas y sus sermones
vienen determinados por instituciones religiosas oficiales. El 77%
restante de las mezquitas puede decir misa, pues escapa a cualquier
tipo de control por parte del Gobierno y sus instituciones. Así
las cosas, es fácil imaginarse hasta dónde han llegado
los tentáculos islamistas no ya sólo en el
ámbito de la sociedad civil, coto que a estas alturas
está considerado vedado para cualquier otra ideología,
sino en el seno mismo de las instituciones majzeníes y de los
partidos políticos. Sin ir más lejos, el partido
islamista Justicia y Desarrollo, PJD, que está en el gobierno y
es considerado moderado, defiende de manera explícita y sin
tapujos el reforzamiento de la especificidad islámica del
país, la reforma del sistema bancario de manera que cumpla con
la respectiva norma coránica y la negación de la igualdad
de la mujer respecto al hombre, sin hablar de la prohibición de
comerciar con productos alcohólicos.
Por otra parte, hoy en día en Marruecos está prohibido llevar a cabo cualquier tipo de proselitismo religioso que no sea el islámico que, al parecer, está teniendo mucho éxito entre las tropas acantonadas en el Sáhara. Y lo peor de todo es que esto no es más que la punta del iceberg y si no se hace nada al respecto Marruecos se convertirá, de la noche a la mañana, en la punta de lanza del extremismo islámico después de haber sido considerado durante décadas como el cortafuegos infranqueable en el que Occidente, y muy especialmente Estados Unidos, había puesto todas las esperanzas. Si antes las acciones de islamistas de Marruecos consistían en quemar vivo a algún que otro bebedor de alcohol o violar a la desgraciada que osaba ir por la calle ligera de ropas, hoy en día se han sofisticado mucho en cuanto a poder aniquilador se refiere: atentados del 11S (sí, también había marroquíes), del 16 de mayo de 2003 en Casablanca y del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Pero ¿qué se puede hacer?
Ante todo, y es
lo que se viene demostrando durante milenios, hay que hacer que se
cumpla la legalidad internacional en la región del Magreb,
cumplimiento que pasará obligatoriamente por la práctica
del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui. Si
añadimos, además, que el pueblo saharaui por sus
particularidades geográficas, étnicas e
históricas, es impermeable a cualquier tipo de extremismos, se
habría logrado cazar dos pájaros de un tiro: restaurar la
legalidad internacional y contener la bolsa islamista
marroquí desde el sur.
Volveremos sobre este tema crucial de nuestro tiempo.
Canarias, 7 de Febrero de 2006
Grupo interuniversitario Opinión
Larosi Haidar……………….UGR, Invitado
Manuel de paz sanchez…….ULL
Carlos Ruiz de Miguel……..USC
Sergio ramirez Galindo…….ULPGC
Miembros de diferentes Universidades