OPINION

 

Quien no vea el cielo no se lo enseñes

L. Haidar y FM.

 

Han pasado treinta años desde que el maquiavélico Hassán II, en una prueba de cinismo y osadía sin igual, lanzó despiadadamente su crapulosa marabunta de 350.000 individuos fétidos y harapientos sobre las ya indefensas fronteras del Sáhara Occidental. Las fuerzas españolas, que se suponía estaban allí para defender a la provincia 53 de España y a sus habitantes, se tragaron su orgullo y cumplieron con la orden de sus superiores políticos que, cosas del destino, tenían de todo menos orgullo. ¡Si Cisneros levantara cabeza! En fin, España llevó a la práctica la denominada "Operación Golondrina" cuyo verdadero nombre era "Operación Gallina". Vamos, que pusieron los pies en polvorosa mientras truhanes, esbirros y mentecatos de todas las calañas disfrutaban con el pillaje, las violaciones y el exterminio del abandonado pueblo saharaui.

Pero afortunadamente, nuestra reacción fue rápida y pudimos, en breve, hacerle ver al megalómano Hassán II que lo de beberse un té en Aaiún le iba a costar caro, y no hablemos de marroquizar el Sáhara, tarea, obviamente, imposible. Él lo vio claro antes que cualquiera, incluso antes que los mismos saharauis, pues supo que por muchos soldados que lograra reclutar y armar hasta los dientes para lanzarlos en misión de exterminio contra los saharauis, en realidad los estaba enviando hacia una muerte segura o, en el mejor de los caso, irían a engrosar las interminables filas de prisioneros de guerra cuya existencia el monarca siempre había negado. Así que no se lo pensó dos veces, realizó unas cuantas gestiones y maniobras diplomáticas para salvar las formas y como buen estratega llevó a la práctica lo de "la retirada a tiempo no es derrota". Aceptó la celebración del referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui como derecho legítimo exigido por la comunidad internacional desde hacía décadas.

Hoy en día, la situación en apariencia es otra, aunque en el fondo sigue siendo la misma. Salvando, eso sí, una única diferencia que, por otra parte, es una diferencia decisiva en la solución del conflicto: Hassán II era inteligente, estaba al tanto del presente y por ello pudo predecir el futuro. Su hijo, mohamed6, está demostrando una gran falta de inteligencia, y no sólo es incapaz de ver el futuro o siquiera el presente, sino que apenas distingue el pasado más reciente. Y claro, cuando alguien padece tan aguda ceguera y de tanta carencia de inteligencia, únicamente le resta una vía de comunicación con el mundo exterior: y es la vía del "no a todo".

¡Cuantas vueltas da el destino! Antaño, nos tocó un contrincante verdaderamente duro de pelar que supuso para nuestro pueblo un gran desafío, pues si hubiésemos aflojado nuestra presión militar durante un sólo día, nos habría borrado del mapa en un abrir y cerrar de ojos. Finalmente, capituló antes de morder el polvo. Hogaño, por el contrario, tenemos delante a un rey débil e intransigente ante el cual hemos preferido tomar la vía diplomática, la vía de la paz. El mundo ha evolucionado y preferimos ir a la par enarbolando los métodos democráticos, pacíficos y tolerantes. Preferimos evitar el derrame de más sangre, evitar la tragedia humana, la miseria y el odio que originan los conflictos bélicos. Preferimos el diálogo basado en el respeto mutuo y, sobre todo, en el respeto del Derecho Internacional y de las múltiples resoluciones de Naciones Unidas. Y sin embargo, el rey bisoño se niega en rotundo a entrar en razón; se niega a cumplir con las resoluciones adoptadas por Naciones Unidas y, peor todavía, se niega a cumplir con lo acordado y firmado por el propio Marruecos: no hay que olvidar que el Gobierno marroquí aceptó y firmó los acuerdos de Houston de 1997 con el pueblo saharaui gracias a la mediación de James Baker.

Entonces ¿cuál es la postura a adoptar ante alguien tan vil y miserable como para no cumplir lo acordado? Imagino que visto lo visto, pensar que por las buenas se va a conseguir que la mafia majzení gobernante en Marruecos, y a su cabeza el sátrapa bisoño mojamed6, aceptarán algún día el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas, es una quimera, pues el único método que conocen y de hecho dominan como nadie es el de la fuerza. No nos equivoquemos, el sanguinario reyezuelo marroquí no sacará sus colmillos del Sáhara sin que sea persuadido convenientemente y en adecuación a su credo: la ley del más fuerte. Para este inevitable menester hay dos vías. La primera, la más lógica y razonable, y que llevamos esperando mucho tiempo ya, es que la Comunidad Internacional y a su cabeza EE.UU, cumplan con su deber y presionen para que la banda de malhechores gobernantes en Marruecos entre en razón y se avenga al cumplimiento incondicional de las resoluciones de la ONU. La segunda, la menos querida y, sin embargo, es la que cuenta con más posibilidades de ser retomada, es la guerra. Los saharauis estamos hartos ya de la hipocresía y del cinismo que practica desmesuradamente la Comunidad Internacional pues, al parecer, el Derecho, la Justicia y la Libertad son respetados únicamente allí donde interese a algún miembro del club de los más fuertes. Como desgraciadamente no es nuestro caso y, además, el país que se supone debería estar a nuestro lado de manera indiscutible debido a la historia y a la responsabilidad que tuvo y tiene en la existencia del conflicto, no tiene lo que hay que tener en política exterior, entonces tendremos que arreglar el asunto por nosotros mismos y por la única voz que conocen y respetan los truhanes majzeníes del sexto mohamed de Marruecos, y que no es otra que el estruendo de las armas. En realidad les produce síndrome de trinchera... y de seguro que su efecto será muy positivo para nuestra causa nacional. No olvidemos que el imaginario actual de todos los aparatos de represión marroquíes, incluidos medios de comunicación y la pretendida diplomacia, están construidos sobre una idea central y vital para su supervivencia intelectual. Esa idea, que en realidad es un bulo sin parangón, puede resumirse así: los saharauis ya no tienen capacidad para hacer la guerra. La conclusión inmediata se asoma por inercia, es decir, que si los saharauis retomamos las armas de manera contundente todo el castillo de naipes marroquí se viene abajo. Y la moral de los saharauis subiría como nunca.

Nadie con dos micras de frente quiere la guerra, pero cuando todas la alternativas justas y razonables te son negadas engreídamente por la insolencia canalla de un estado terrorista al que la comunidad internacional mima y remima continuamente, la única solución disponible es la lucha armada. Y no hay que darle más vueltas al asunto, pues está más que claro. No olvidemos la barbarie que están cometiendo en estos momentos los esbirros del Majzén en la carne de la indefensa población saharaui de nuestros Territorios Ocupados. No olvidemos al mártir Lembarki, asesinado por los perros rabiosos de un aparato represor que no acepta ningún tipo de libertad ni manifestaciones pacíficas. Ni nos equivoquemos, el terrorismo de estado marroquí no es nada nuevo, siempre ha existido y ha estado golpeando al pueblo saharaui desde aquel desgraciado día en que se firmaron los terribles Acuerdos de Madrid que supusieron la venta del Sáhara y la traición de sus nobles habitantes.

Jamás olvidaré aquella tarde de abril de 1977 en que vi, junto a otros adolescentes saharauis que frecuentábamos las tiendas del Zoco Viejo, una escena inolvidable y terrible: un indignado e impotente anciano saharaui entró por la calle principal en busca de un chej tribal para contarle su desgracia. En una mano llevaba el turbante, dejando sus cabellera plateada a merced del aire, y en la otra casi arrastraba por el brazo a un niño de apenas diez años. Estaba semidesnudo y únicamente llevaba una camiseta "Recuerdo del Sáhara". Tenía la cara hinchada de tanto llorar pero lo terrible estaba más abajo: todo el trasero y la parte posterior de las débiles piernas estaba cubierto de sangre. De hecho, la hemorragia seguía en ese momento, pues a cada paso forzado que hacía la pequeña víctima una nueva mancha de sangre cubría el asfalto. El impotente padre, con los ojos desorbitados y el sudor cubriéndole todo el cuerpo, gritaba como un demente llamando al citado chej. Cuando el líder tribal salió de una tienda para ver lo que pasaba, el pobre hombre se le acercó arrastrando al inocente niño y le dijo llorando: "Mira, mira con tus propios ojos lo que han hecho los soldados marroquíes, esos soldados que dicen venir a defendernos".

Esos mismos soldados que llevan ocupando el Sáhara Occidental treinta años y que son la mano ejecutora del terrorista Majzén marroquí.

La cosa y la causa están claras y, como dice nuestro dicho, "Quien no vea el cielo no se lo enseñes".

12.11.05


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