Javier Perote
La gente está acostumbrada al lenguaje ambíguo y contradictorio de los políticos, y lo acepta con la misma resignación que se acepta la enrevesada letra de los médicos u otros incordios que parecen irremediables.
Pero nosotros, los que nos movemos en el mundo de la solidaridad con el pueblo saharaui, no podemos admitirlo y debemos exigir con toda energía que sus palabras sean claras, sin dobleces, y su mensaje entendible en todo momento. No más discursos en que se mezclen derechos e intereses, justicia y política, u otros conceptos que difícilmente casan entre si.
No más engaños, no más ocultaciones que provoquen en la sociedad española la angustiosa incertidumbre de no saber que piensan hacer nuestros políticos en defensa del pueblo saharaui, ni siquiera saber si existe la voluntad sincera de defender sus derechos.
La cuestión del Sáhara nos afecta plenamente. Afecta a toda España, a todos y cada uno de nosotros, a nuestra historia y a nuestra dignidad, por eso tenemos derecho a exigir respeto y sinceridad.
No se puede tolerar a esos políticos que dicen defender los derechos del pueblo saharaui pero que empiezan su discurso sin condenar la invasión del territorio, o que ocultan la cantidad de resoluciones incumplidas por Marruecos, o que preconizan una solución consensuada sin exigir previamente la retirada total del Ejército marroquí del Sáhara, pareciendo que consideran aceptable y justa la situación actual. Estas personas tratan de confundir, no se las debe creer ni tolerar.
También son capaces de proclamar que defienden el derecho de autodeterminación del Sahara y, al mismo tiempo, pedir una solución que sea aceptada por ambas partes, como si esto fuera posible, o como si el mero hecho de ser aceptada por ambas partes significa que la solución sea justa.
Marruecos es un país de treinta millones de habitantes que goza de importantes apoyos internacionales y que impone su voluntad porque dispone de un potente ejército. Mientras que los saharauis constituyen un pequeño pueblo de unos cientos de miles de habitantes que viven en gran parte en el exilio que depende totalmente de la ayuda internacional para subsistir pero que en esta lucha solo dispone de la razón. ¿Cómo se puede tener el cinismo de pretender que de ese abismal desequilibrio de fuerzas pueda surgir un acuerdo que sea aceptado por Marruecos si va en contra de las apetencias de éste? Las personas que tal solución pretenden saben que Marruecos ha dicho mil y una vez que no acepta ninguna solución que contemple la posibilidad de la independencia del Sáhara. Estas personas también tratan de confundir, no se las puede creer.
Solo por la fuerza, y con mucho sacrificio, se conseguiría una solución que no respetase el derecho del pueblo saharaui a ser libres en su tierra, pero nunca sería un solución justa. Si se pretende una solución justa, hay que obligar a Marruecos a aceptarla y a cumplirla.
Hay políticos que, en un descarado seguidismo de la política de los marroquíes, preconizan una solución mediante un acuerdo entre Argelia y Marruecos. Es una trampa: se trataría de que Argelia picara el anzuelo y se prestara al trapicheo con el señuelo de las ventajas que le ofrecen. Estos políticos creen, como el ladrón, que todos son de su condición y no ven la lección de elegancia, firmeza y lealtad que desde hace años viene dando Argelia.
Es la misma gente que acusa a Argelia de buscar una futura salida al Atlántico a cambio de su ayuda al Frente Polisario, pero que no tienen inconveniente en apoyar una negociación entre Marruecos y Argelia en la que a ésta se le ofrecerían sustanciosas ventajas, entre otras, posiblemente esa misma salida al Atlántico.
Esta táctica de resolver el problema bilateralmente ya lo intentó Marruecos en los años setenta ofreciendo también grandes ventajas a España. La Jurisprudencia que se iba creando ponía cada vez más difíciles las cosas a Marruecos, por lo que era necesario sacar este asunto del ámbito de la ONU donde, una tras otra, las resoluciones defendían el derecho de los pueblos, y en particular el del pueblo saharaui, a su independencia. Treinta años después, siguen estando difíciles las cosas para Marruecos por la vía legal, y los políticos lo saben, por lo que otra vez se intenta una solución al margen de la ONU. Es lo que eufemísticamente llaman regionalizar el problema.
La anterior solución es la preferida por los que quieren hacer negocios en Marruecos y que desean que termine el asunto cuanto antes, importándoles muy poco la suerte de los saharauis. Estos son los peores.
Otro logro del lenguaje de los políticos ha sido conseguir que se hable del Sáhara y Marruecos como "las partes" haciendo abstracción de la situación de cada una de ellas, ignorando el desequilibrio anteriormente señalado, y poniendo en un plano de igualdad al agresor y a la víctima; como si en nuestro país pusieran a las víctimas del terrorismo en el mismo plano de los ejecutores.
A veces se oye a alguien que aparentando una postura neutral pide una solución que contemple los derechos de ambas partes, como si en este asunto Marruecos tuviera algún derecho. Estos, que tales cosas dicen, parece que se han provocado ellos mismos un mecanismo de autoamnesia que les ha permitido olvidar el dictamen del Tribunal de La Haya.
En España tenemos magníficas muestras de este lenguaje desconcertante. Así por ejemplo, el Sr. Aristegui nos sorprende intentando minimizar la responsabilidad moral e histórica de España en el abandono del territorio del Sáhara lamentándose de que nunca se menciona la deuda que España tiene contraída con Marruecos.
Yo no sé que deuda es esa a la que alude el Señor Aristegui y él no nos lo aclara. Pero teniendo en cuenta la actitud complaciente de España en los tratados de 1904 y1912, que contribuyó de manera importante a que Marruecos recibiera al término del protectorado los 25.000 klms. de la provincia de Tarfaya, y considerando también que en 1975 se apodera del Sáhara en las condiciones de todos conocidas y que desde esas fechas hasta hoy se ha convertido en el máximo receptor de toda clase de ayudas por parte de España, incluido el mayor cupo de emigrantes, pienso que es Marruecos quien está en deuda con nosotros. A cambio nos paga con pateras, no renueva los acuerdos de pesca y provoca el grave incidente de la isla Perejil.
Pero el Sr. Aristegui va más allá y además de recordarnos la deuda que tenemos con Marruecos, en un evidente intento de incorporar un nuevo argumento que justifique su <difícil doctrina de la neutralidad activa> en la cuestión del Sahara, nos abruma creándonos mala conciencia porque no sabemos reconocer los meritorios avances democráticos que ha experimentado ese país en los últimos diez años. La ocupación del Sáhara, incluida la parte que Mauritania abandonó en 1979, desoyendo las resoluciones de la ONU que condenan esta ocupación y que le instan a abandonarlo, o los informes de Amnistía Internacional son cuestiones que no enturbian la imagen democrática que este Señor tiene sobre Marruecos.
El Sr. Aristegui conoce a la perfección la cuestión del Sáhara y por lo tanto sabe de que lado están la razón y la ley, pero como su corazón está en otra parte se ha inventado esa perla del lenguaje: "neutralidad activa", ni Pilatos lo hubiera hecho mejor
Sr. Aristegui: no es verdad que el desencadenante de la crisis, con la retirada del Embajador marroquí, fuese el simulacro de referendo realizado en Andalucía; nosotros antes habíamos realizado otros referendos en Madrid. Marruecos buscaba provocar la crisis y se agarró a esa disculpa, como a que la prensa no les trataba con respeto, o como se hubiera acogido a cualquier otra disculpa. Las intenciones políticas de Marruecos nunca están claras y las de Vd. tampoco.
Terminando este escrito oigo que Mr. Baker ha dimitido de su responsabilidad como enviado personal de Kofi Annan. Es posible que se haya propuesto alguna solución al margen de las gestiones por él realizadas y que, en pura coherencia, no esté dispuesto a admitir que el pulpo es un animal de compañía.
Saludos
Javier Perote
12 &endash;06-04