“Parlamento vs SNS”
Huneifa ibnu Abi Rabiaa
Quiera Dios que este próximo XII Congreso General del F.
POLISARIO esté a la altura de las expectativas. Ciertamente los
Congresos generales del F. POLISARIO ya no despiertan el mismo
entusiasmo en las bases del movimiento.
Por mucho que nos cueste admitirlo, el deterioro de la situación interna en los Campamentos nos ha ubicado en una alarma permanente. Cada día es más consistente esa percepción de que esto se acaba. De ahí que la estampida, cada día que pasa, alcanza dimensiones mucho mayores y resulte ya imparable. Y quienes no participan de esa desbandada generalizada ya han pasado de la crítica a la indiferencia, ya han dado sus espaldas a la política y a los políticos.
Pero los que se van, junto con los que se quedan, no están en contra del fortalecimiento y consolidación de las instituciones de la República saharaui; lo que desean es que funcionen bien. La gente es perfectamente consciente de que la política internacional, a veces, impone la necesidad de barajar distintas vías para alcanzar la solución del conflicto: la guerra, el referéndum, incluso la partición del territorio; lo que la gente pide es una mayor transparencia a la hora de optar por una vía un otra. Las bases siguen teniendo confianza absoluta en el POLISARIO como única garantía de la independencia, incluso siguen teniendo mucha fe en nuestra gerontocracia gobernante. Sin embargo las críticas de esas mismas bases hacia los dirigentes cada día están más cerca de rebasar el umbral de lo aceptable. No es casual que Brahim Gali tenga que tragar el sapo, en la reciente manifestación de Madrid, al soportar las continuas arengas a la guerra que gritaban, a todo pulmón, los jóvenes participantes en la manifestación.
El problema
fundamental, el problema crucial, lo que realmente preocupa a la gente
es la gestión. Es la gestión de los asuntos internos lo
que, realmente, amarga la existencia a la gente. Y esto, nada tiene que
ver ni con la ONU, ni con Marruecos y ni, siquiera, con Argelia.
Resulta que para mejorar la gestión no hace falta ningún
Congreso. Ya puede el POLISARIO celebrar cien congresos, que eso
jamás podrá mejorar la gestión de los asuntos
internos.
El problema no es que haya más o menos corrupción. El problema es un factor sociológico previo. Es la mera percepción social y generalizada de corrupción, ese es el problema. La ciudadanía percibe que existe una corrupción generalizada y ya pueden, los gobernantes, intentar refutar eso que dicha percepción no variará. La sociedad no espera hasta ver casos in fraganti, concretos e identificados para confirmar que, efectivamente, la corrupción ha alcanzado tal o cual nivel. Existe la percepción social de que la corrupción se ha instalado en el sistema y eso no hay Congreso capaz de erradicarlo.
Pero porqué la sociedad civil es tan terca en su percepción?. Porqué, a pesar de los llamamiento a la calma y a pesar de los llamamientos a no dejarse llevar por los rumores, etc, esa percepción de corrupción se mantiene in crescendo?
La respuesta es bien sencilla: Ausencia de organismos de control. O mejor dicho, invisibilidad de la actividad de esos organismos de control. Alguien podría contestar que las sesiones del parlamento son televisadas por la RASD TV y que la gente los puede visionar en sus domicilios, pero no lo hace. ¿Entonces porqué el parlamento, como organismo de control, ha perdido la confianza de la ciudadanía?
En contra de lo que podría parecer, el problema no es que nuestro Parlamento carezca de los mecanismos legales para realizar su función de control. Todo lo contrario. Produce una enorme alegría comprobar que nuestro Parlamento tiene una legislación muy avanzada. Es motivo de orgullo saber que nuestro Parlamento es mucho más representativo, democráticamente, que muchos parlamentos, europeos incluidos.
Nuestros parlamentarios, al estilo de los senadores americanos, son elegidos a través de un pulcro proceso democrático. Ostentan la genuina representación popular. Son los depositarios y, a la vez, guardianes de la soberanía popular. Y quizás, esas lejanas similitudes con la democracia americana, que es infinitamente mucho mejor que las partitocracias europeas, nos estén sirviendo para el proyecto de iniciar el largo camino de la cultura democrática en el cuerno noroccidental de África.
Pero todo esto
no ayuda, precisamente, para que la gente asocie el Parlamento con la
idea de una eficaz institución de control. ¿Porqué?
Dos cuestiones fundamentales son las que hacen que el Parlamento sea la
institución menos valorada por la ciudadanía. La gente no
sabe y, por su puesto, no valora la actividad del parlamento.
Modestamente creo, que las dos cuestiones por las que el Parlamento es
minusvalorado son: La falta de preparación de sus miembros y los
raquíticos recursos económicos con los que son
dispensados los miembros de dicha institución, en
comparación con otras instituciones del Estado.
El Estado se muestra enormemente rácano a la hora de renumerar a
nuestros distinguidos parlamentarios y, en cambio, es sumamente
generoso para con los miembros de la institución rival: El Secretariado Nacional Saharaui. He dicho rival porque, en el
subconsciente colectivo, el SNS está por encima del Parlamento,
cuando en realidad no debería ser así. Llama la
atención, por ejemplo, el hecho de que sean públicos y
conocidos los ingresos de los parlamentarios y, en cambio,
extraordinariamente opacos los de los miembros del SNS. Éstos
disponen de los mejores coches y tienen recursos, aparentemente,
ilimitados a su alcance. Y los otros, tienen que ir a hacer cola en el
“contru” para conseguir una plaza de pasajero para transportar a sus
enfermos.
Para entendernos
digamos que los parlamentarios son los primos pobres de los miembros
del SNS. Y claro, nadie quiere formar parte del club pobre. Los
más preparados no tienen, en su norte, llegar a ser
parlamentarios. El parlamento, por su paupérrima
condición económica no atrae a nadie y mucho menos a los
más listos de la sociedad. Si ni siquiera garantiza la
subsistencia de la familia, nadie quiere ser parlamentario.
A mi juicio
sólo existe una forma de atajar la corrupción o, si se
prefiere, dar la vuelta a la percepción social de que existe
corrupción: Uno, recompensar, con recursos económicos, a
nuestros distinguidos parlamentarios y, dos, concienciar a la
ciudadanía para que a la hora de votar tenga muy en cuenta el
factor de la preparación académica. Pero esto
último tiene difícil solución, toda vez que
resulte probado que la flor y nata de la sociedad ha elegido un camino
muy distinto al parlamento: el de la emigración.
Huneifa ibnu Abi Rabiaa (ibnuabirabiaa@yahoo.es)
18.12.06