Quiera Dios que
me equivoque pero, sinceramente, la
falta de justicia, la frustración, el desencanto, la rabia y el
hecho de no tener nada que perder, son factores que se están
condensando en dosis elevadas en el Sahara Occidental, justo en el
momento en que Alqaeda, haciéndose más fuerte, acaba de
absorber y unificar los grupos terroristas que operaban en el norte del
continente.
Hasta ahora, los saharauis, sólo teníamos por enemigo a
Marruecos, porque tanto en los informes y resoluciones de NN.UU como,
también, en los pronunciamientos y posicionamientos de ciertos
Estados, veíamos el respaldo a la legalidad internacional. Es
decir, veíamos el respaldo a nuestra genuina aspiración a
ejercer nuestro derecho a la autodeterminación. Nunca
creímos que se nos iba a imponer una autonomía. Nos
sentíamos abandonados, pero no sentíamos abandonada la
legalidad que nos asiste.
Y mientras contábamos con la firmeza y determinación de la Comunidad Internacional para hacer respetar el derecho por ella misma creado, nos permitíamos más de quince años de alto el fuego y una inatacable conducta de respeto y obediencia a las Resoluciones de NN.UU y, también, a las recomendaciones de ciertos Estados, ya sea para liberar prisioneros de guerra marroquíes o para deshacernos de las minas anti persona.
Por otra parte,
la ONU, en sus informes anuales, reitera que la primera
causa del racismo, la intolerancia, la xenofobia y la violencia es el
desconocimiento del otro. Difícilmente, alega el organismo, se
puede respetar, valorar o apreciar a alguien cuando se le desconoce.
Los saharauis, precisamente, para prevenir ese desconocimiento
intercultural llevamos treinta años haciendo que nuestros hijos
conozcan y se relacionen con personas de otras culturas,
haciéndoles ver, que no por ser de otra raza o profesar una
religión distinta desmerecen el respeto o la
consideración que la condición humana exige.
Parece ser, sin embargo, que la Comunidad
Internacional, en lugar de tomar esta conducta como modelo a esparcir
por los cinco continentes, ha decidido, castigar a sus autores
privándoles de sus más elementales derechos, para que
nadie, nunca más, se vuelva a fijar en ellos o en su conducta a
la hora de abordar una cuestión análoga.
En este sentido, el incipiente uso de cócteles molotov en las Zonas Ocupadas como reacción a la desmedida represión de las fuerzas de ocupación marroquíes, no es más que la punta del iceberg de lo que podría acontecer si la falta de justicia ensancha sus dimensiones y termina por engullir, también, a los saharauis de los Campamentos, privando a todo el pueblo saharaui de su derecho a la autodeterminación.
Si estamos de acuerdo en la enorme capacidad cegadora que tienen las ideologías radicales y en la capacidad de absorción que ejercen sobre sus miembros, no podremos oponer demasiada resistencia a la idea de que esa es, precisamente, la válvula de escape de los marginados. Con la agravante, en el caso de los saharauis, de que la injusticia de la que son víctimas ha sido ejecutada a plena luz del día y a la vista, ciencia y paciencia de la Comunidad Internacional. ¿Con qué argumentos podrán valerse, entonces, los padres saharauis para convencer a sus hijos de que desistan de enrolarse en las huestes del terrorismo? Qué lugar va a ocupar la legalidad internacional, como punto de referencia, en la conformación de la opinión local y, fundamentalmente, en la conformación de las ideas dominantes en la juventud? ¿Qué lecciones sacarán nuestros hijos de la barbarie cometida contra los saharauis?
Ciertamente, la multiplicación de los escenarios internacionales en los que el terrorismo se ha convertido en una amenaza real, unida a los elevados costes para hacerle frente por la vía policial, han hecho replantearse, a los líderes y pensadores mundiales, el método a seguir para abordar este asunto. Si antes, todas las fuerzas se dedicaban a combatir el problema sin atender a las causas que lo originan, hoy, es cada vez mayor el número de voces que aboga por buscar e identificar las causas que generan el terrorismo e intentar paliarlas.
Y sin duda
alguna, el hambre, la sed y la pobreza
juntos, no son nada en comparación con la ausencia de justicia.
Esa es, sin género de dudas, el mayor germen de la violencia y
del terrorismo. De hecho, la ausencia de resultados de la
Comisión de NN.UU para el terrorismo, que de entre otras cosas
ha precipitado la renuncia de su presidente, el español Javier
Rupérez, es precisamente la falta de acuerdo sobre el concepto
mismo de terrorismo. Para muchos países, la violencia/
terrorismo generados como reacción a una injusticia no puede
catalogarse como tal terrorismo.
Se podrá
vestir de oro y seda a todos los saharauis actualmente
vivos para hacerles más digerible la injusticia, pero nada se
podrá hacer frente al clamor eterno de las generaciones futuras.
Y quienes, hoy, han optado por privar a los saharauis de su derecho a
la autodeterminación, tendrán que bregar con lo que el
futuro nos depare.
Huneifa ibnu Abi Rabiaa. 13 de Julio de 2007.