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NEGRO SOBRE BLANCO
Mohamed Ali
A eso de las dos de la madrugada, netamente despiertas aún las almas inquietas, a Omar Le vienen a murguear esta melancólica canción.
Levantaba diestramente la tapa de la tetera. Comprobaba que ahí dentro hervía el hermoso líquido color carmesí. La inhalación consiguiente del aroma que desprendía la hierba bien cebada colocaba, es decir, hacía situar a cada elemento cosmográfico en su correspondiente lugar.
La noche era una noche apacible; no hacía calor, no hacía frío. El otoño levantino diseña noches como aquella noche, aunque sólo lo hace, según dicen, cuando se lo suplican los ángeles.
¡ Cuán familiar me es -se dijo Omar, entregándose a un breve ensimismamiento- este juego de destapar y volver a tapar una tetera! ¡Dios sabe la cantidad de veces que lo he practicado !
Junto a Omar vivían, en un apartamento de alquiler, otros tres jóvenes naturales de la República saharauía. Son, por tanto, saharauis, como bien se ignora en el mapamundi y se ningunea en las tablas de gentilicios. Siempre han dicho, a quien les preguntaba, que vivían allí y así: en un mundo de adanes sin evas y de evas sin adanes, y donde está prohibido el "nosotros". Y es que Omar y uno más de sus compañeros portan, cada uno, un título de viaje argelino; los dos restantes, uno posee un pasaporte mauritano y el otro un documento para apátridas expedido por España. Un verdadero surtido de carnés de "identidad". O sea, cédulas de todo tipo menos el debido a su común y natural oriundez saharauía.
Sin embargo, días antes, Omar decidió ser acaso un poco más explícito. Quiso descifrarse. Deletrearse. Desmudarse. Se encontraba en una cafetería, tomando un refresco y echando la habitual ojeada a la prensa del día. El avivado camarero se fijó un momento en él, se le acercó después para revelarle finalmente esta sentencia de rigor:
- Tú no
debes ser de aquí, ¿verdad?
- No, no debo -respondió Omar.
- ¿De dónde eres?
- Gracias. Veo que tú partes del hecho de que ya soy...
- ¿Cómo que...? -se sorprendió el camarero.
- Perdona, pero es una simple cuestión de orden
dialéctico. Hombre; si me preguntas cómo soy,
quién soy, desde cuándo soy o, tal como has hecho
ahora, de dónde soy, debo entender previamente que para ti yo
ya tengo que ser alguien con unas características
determinadas: una nacionalidad concreta, unos gustos musicales
determinados, otros gastronómicos más determinados
aún, una manera concreta y personal de guiñar con el
ojo izquierdo, otra concreta y personal de hacerlo con el
derecho...
- Pero, ¿se puede saber qué quieres decir?
-le interrumpió el camarero, esta vez completamente
perdido.
- Sí -respondió Omar-, se puede saber si me
formulas tus preguntas en el orden que te estoy sugiriendo.
- Bueeeno! ¿Tú eres o no eres?
- No soy.
- Pues, no lo entiendo -dijo el camarero.
- Yo tampoco quiero entenderlo. Ser, en realidad, como eres
tú o como es tu vecina, no soy. No soy aún.
Todavía me falta mucho para ser de veras. Digamos que "estoy
siendo".
- Sigo sin entenderlo.
- Y yo ¿Me dices lo que vale? -preguntó Omar.
- ¿Que cuánto vale ser, preguntas? -se enajenó el
empleado de la cafetería.
- No -dijo Omar, ya sonriendo-. ¿Que qué te debo de
pagar por el refresco que me he tomado?
Pagó y se fue. Como si pagando un refresco, fuera también a satisfacer ciertas inquietudes.
31.07.04