Justicia incompleta
por Francesco Bastagli *
Traducción: Fernando
Gómez, corregida por el autor F.
Bastagli y revisada por Carlos Ruiz Miguel. Cortesia de The New Republic
Publicación original en inglés: Justice
Undone, by
Francesco Bastagli, The New Republic, 21.09.10 http://www.tnr.com/article/world/77562/justice-undone
“Come stai…? Tutto bene…?” Estas eran las palabras de entrada del
Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, desde los
primeros días de nuestra relación profesional. Yo le
había oído usar el saludo muchas veces mientras
subía en el escalafón, recurriendo a él cuando se
encontraba con un colega italiano (como yo). Sin embargo, esas palabras
nunca llegaron a sonar cálidas en mi corazón.
Caminando alrededor de su escritorio, Kofi sonrió, extendiendo
la mano hacia el sofá de cuero negro. Fue a principios de
septiembre de 2006. Tanto Annan como yo estábamos a punto de
abandonar las Naciones Unidas por las buenas. Él se iba
después de dos períodos en el cargo. Yo acababa de
renunciar, en protesta, desde mi puesto como su representante especial
en el Sáhara Occidental. Haciendo añicos cuanto pudiera
quedar de esperanza, nuestra última conversación
resultó ser emblemática en cuanto a la vaguedad y
ambigüedades que caracterizan a la ONU en su compromiso con la
última colonia de África. Desde entonces, he sido testigo
de cómo la organización y sus líderes
continúan perpetuando una grave injusticia en el Sáhara
Occidental, en contra de sus propias promesas y obligaciones.
Con la mitad del tamaño de Francia, el Sáhara Occidental
se encuentra en la costa atlántica de África, entre
Marruecos y Mauritania. Una tierra desértica, ha estado
habitada desde tiempos inmemoriales por tribus nómadas
árabo-bereberes. Desde mediados de los años 60, las
Naciones Unidas han emitido un asombroso número de resoluciones
favorables al derecho inalienable de los saharauis a la
autodeterminación en virtud de la Carta de las Naciones Unidas.
Sin embargo, cuando España se retiró de lo que era
entonces el Sahara español en 1976, fracasó en la
organización de un referéndum para que sus habitantes
pudieran elegir su futuro status. Y el territorio fue tragado muy
pronto por un nuevo colonizador: el rey Hassan II de Marruecos.
Al invadir el Sáhara Occidental, el rey persiguió una
antigua vision de un Marruecos más grande en busca de acceso a
recursos naturales. Lanzó la llamada "Marcha Verde" de unos
350.000 marroquíes que cruzaron la frontera sin oposición
por parte del ejército español. La operación
militar posterior fue brutal. Bajo los bombardeos por la
aviación marroquí, decenas de miles de saharauis
comenzaron a huir de las pocas zonas urbanas hacia el interior del
desierto. Marruecos inició un programa de asentamientos no muy
distinto del de Israel en Gaza y Cisjordania después de la
Guerra de los Seis Días. Así empezo una guerra sangrienta
en el desierto entre el ocupante y el Frente Polisario, el movimiento
independentista saharaui. Hasta 1991 las dos partes no acordaron un
alto el fuego que debería ser seguido, en el plazo de nueve
meses, por un referéndum de autodeterminación, facilitado
por las Naciones Unidas. Sin embargo, debido a la resistencia de
Marruecos con el apoyo de poderosos aliados como Francia y los Estados
Unidos, el referéndum nunca tuvo lugar.
El precio de la inacción ha sido alto. Marruecos ha construido
un muro de 2.500 km. de largo, que corta todo el territorio del
Sáhara Occidental por la mitad. Una vista asombrosa, la berma separa el territorio bajo
control marroquí, en la costa atlántica, de una zona
fronteriza con Mauritania y Argelia, donde los combatientes del Frente
POLISARIO vagan. Más de 120.000 refugiados que huyeron de la
invasión viven una existencia miserable en cinco campamentos
dispersos por un rincón imposible del desierto argelino. En el
lado occidental de la brecha, los saharauis experimentan el punto
débil de lo que el Occidente gusta de describir como un
régimen marroquí benevolente. Las libertades de
movimiento, expresión y reunión, se les niegan; la
discriminación, las detenciones arbitrarias y las palizas
están al orden del día. Amnistía Internacional,
Human Rights Watch y el Centro Robert F. Kennedy para la Justicia han
condenado en repetidas ocasiones las violaciones de derechos humanos
por Marruecos.
Haciendo caso omiso de las normas internacionales sobre la
explotación de recursos naturales en un territorio bajo
ocupación, Marruecos también ha estado vendiendo las
riquezas del Sáhara Occidental. Estas riquezas van desde el
valioso fosfato hasta la arena del desierto, enviada en un flujo
constante a las costas de las playas europeas. En un acuerdo muy
rentable, Marruecos también ha concedido a las flotas de la
Unión Europea acceso a las zonas de pesca del Sáhara
Occidental, entre las más ricas del mundo. Y el petróleo
pronto puede ser una gratificación adicional para el ocupante.
Lo que comenzó hace medio siglo como un simple caso de
descolonización, se ha convertido en un laberinto
político. La cuestión básica, sin embargo, es
simple. El Frente Polisario busca un referéndum con tres
opciones: la integración con Marruecos, la autonomía bajo
el dominio marroquí o la independencia. Esta fue la esencia de
un plan formulado en 2003 por el ex secretario de estado de EE.UU.,
James Baker, que entonces era el enviado del Secretario General para el
Sáhara Occidental. La propuesta de Baker fue apoyada por
unanimidad por el Consejo de Seguridad y aceptada por el Polisario. Sin
embargo, en abril de 2004, Marruecos declaró que no estaba de
acuerdo con cualquier fórmula que incluyera la independencia del
Sáhara Occidental como un posible resultado. Los miembros del
Consejo de Seguridad no reaccionaron ante este rechazo. Poco ha
sucedido desde entonces, y Rabat sólo ha ofrecido conceder a los
saharauis algún tipo de mal definida autonomía bajo
soberanía marroquí.
No puede sostenerse de forma creíble que la opción de la
independencia deba excluirse a priori en la autodeterminación
post-colonial. Sin embargo, a lo largo de los años, patrones
poderosos de Marruecos han antepuesto la conveniencia política a
la legalidad internacional. Francia es tan incondicional en su apoyo a
Marruecos como para bloquear cualquier referencia a los derechos
humanos saharauis en las resoluciones del Cosejo de Seguridad. Otros
miembros del Consejo oscilan entre la indiferencia y la
colusión. Hillary Clinton, Secretaria de Estado de EE.UU,
una vieja amiga de Marruecos, hasta el momento ha destrozado las
esperanzas saharauis, a pesar de representar a la supuestamente honrada
administración de Obama.
Los sucesivos secretarios generales han aprendido de sus amos
gubernamentales. Averigüé esto de primera mano cuando
actué como representante de Kofi Annan en el periodo comprendido
entre 2005 y 2006. Después de la sangrienta represión de
las manifestaciones en las calles de El Aaiún, capital del
Sáhara Occidental, en diciembre de 2005, el entonces jefe del
departamento de mantenimiento de la paz de la ONU ignoró mi
recomendación para expresar a las autoridades marroquíes
la preocupación de las Naciones Unidas. Cuando se ponían
en marcha las negociaciones de los acuerdos de pesca UE-Marruecos, la
ONU decidió no instar a Europa a evitar un acuerdo ilegal que
violase ante las narices de la ONU un dictamen del mismo Asesor Legal
de la Organizacion de las Naciones Unidas. La Carta de la ONU establece
que, en espera de la autodeterminación, la comunidad
internacional debe proteger los derechos de los habitantes de los
territorios no autónomos. Ellos deben recibir prioritariamente
asistencia económica y ser ayudados a desarrollar las
instituciones políticas. Incluí una propuesta en este
sentido en el proyecto de un informe que sería presentado por
Kofi Annan al Consejo de Seguridad en el otoño de 2006,
sólo para verla retirada del texto justo antes de su
publicación.
Después de renunciar a mi puesto, vi al nuevo Secretario
General, Ban Ki-moon, tomar una línea aún más
oportunista. Su último informe al Consejo de Seguridad,
publicado en abril de 2010, era tan sesgado que llevó al
Presidente del POLISARIO Mohamed Abdelaziz a cuestionar abiertamente la
imparcialidad del Secretario General.
En los últimos meses, la tensión ha ido creciendo de
nuevo en el territorio ocupado y en los campamentos de refugiados, un
recordatorio de que el abandono no es la solución para el
Sáhara Occidental. De hecho, el estatuto del Sáhara
Occidental ha sido una manzana de la discordia de tal entidad entre
Argelia y Marruecos (enemigos durante la Guerra Fría que
todavía compiten por la influencia sobre el territorio) que,
hasta que el problema se resuelva, las relaciones diplomáticas
se mantendrán congeladas, y no habrá cooperación
de inteligencia para derrotar a la versión local de Al Qaeda.
Así, mediante el cumplimiento de sus obligaciones con el pueblo
saharaui, la comunidad internacional pondria en práctica su a
menudo vacía retórica sobre la prevención de
conflictos. Y lo que es más importante aún, los
líderes de la ONU pondrían remedio a una injusticia
histórica que perjudica tanto a ellos como a la
organización.
(*) Ex Subsecretario General de las Naciones Unidas para el
mantenimiento de la paz, Francesco Bastagli es asesor principal en el
Instituto Internacional de Estudios Políticos de Milán.
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