Era el destino donde muchos de nuestros padres e incluso algún abuelo hizo la mili. Era el último sueño imperial. Los canarios, que tuvieron contacto con la costa vecina desde el comienzo de su historia, llegaron a ser como sus parientes y aquel territorio se convirtió en su nueva tierra de promisión, mucho más cercana que Cuba o Venezuela. Por arte de la política, de colonia se convirtió en una provincia más de España, como Zamora, se decía, aunque allí la población era musulmana y no cristiana. En un Estado confesionalmente cristiano, que no permitía cultos distintos del católico, sus procuradores y concejales no juraban sus cargos sobre el evangelio sino sobre el corán, y las mezquitas eran construidas con dinero público. Pero llegó la crisis. Aunque el "protomártir" del glorioso movimiento nacional surgido el 18 de julio de 1936 dijo aquello tan hermoso de "antes una España roja que una España rota", lo cierto es que importantes políticos del régimen surgido para vengar la muerte de éste, decidieron que era preferible entregar aquella provincia española a Marruecos antes de que, supuestamente, se hiciera "roja". Y es que el Frente Polisario concitaba las simpatías de la progresía de la época y Hassán era, como su querido amigo Mobutu, el valladar de "occidente" contra el "comunismo". Pero ahora ya no hay comunismo. El muro de Berlín cayó y lo que se discute no es que África sea prooccidental o prosoviética, sino que sea pronorteamericana o profrancesa y, la verdad, Francia no se ha "lucido" precisamente en su tarea neocolonialista. Sus criaturas (Hassán, Mobutu, Bokassa) tienen lugar de honor en la galería de los horrores y en el campeonato universal de la corrupción. Todos han ido cayendo, pero queda Hassán, y queda pendiente la cuestión del Sahara Occidental.
Sí, los saharauis son tipos duros. Cuando Hassán invadió el Sahara entre finales de octubre y noviembre de 1975, con su habitual bravuconería (incluso Hassán tiene defectos) dijo que aquellos chicos no le iban a durar ni dos semanas: ya va para 22 años. Y eso que Hassán se empleó a fondo: lanzó bombas de napalm y de fósforo blanco contra la población civil que huía de la invasión cruzando el desierto. Asesinó y torturó. Envió 150.000 soldados para intentar (intentar, lo intentó) aplastar a un ejército de 10.000 saharauis. Envenenó los pozos de agua, imprescindibles para vivir en el desierto. Quemó las palmeras, a falta de bosques. Pero nada. Los saharauis siguen ahí y él ve llegar la hora de la muerte y le quita el sueño este problema. Porque es un problema que quiere dejar ³resuelto² a su sucesor, quizás desconfiando de la capacidad de éste para solucionarlo.
Los saharauis controlan una pequeña parte de su país, apenas un 20 por ciento del mismo, lo que queda más allá de los muros. Porque, aunque cayó el muro de Berlín, el muro del Sahara sigue en pie. En el territorio dominado por la República Arabe Saharaui Democrática se encuentran la mayor parte del Ejército saharaui y algunos civiles, sobre todo, nómadas. La mayor parte de la población civil y los militares que están de permiso se hallan refugiados en los campamentos situados en las cercanías de Tinduf en lo más duro del desierto, en territorio argelino. Sólo allí la población está completamente a salvo de un bombardeo marroquí. Hassán no se atrevería a bombardear territorio argelino: sería una agresión directa a Argelia y una guerra de ese calibre, no sólo sería gravísima, sino que además, y esto es lo más importante, la perdería Marruecos, pues Argelia sigue disponiendo de un ejército muy bien armado. En los campamentos de refugiados la vida es dura. Sólo en dos de los cuatro grandes campamentos se ha podido encontrar agua: agua salobre, pero agua al fin y al cabo. En los otros dos (Auserd y Smara) el aprovisionamiento se lleva a cabo por medio de camiones cisternas. El terreno es seco, extremadamente seco, y las enfermedades oculares constituyen una plaga: el aire es tan seco que la retina termina por dañarse. A diferencia de lo que ocurre en el territorio del Sáhara Occidental, en la parte del desierto en la que se encuentran los refugiados no hay vegetación desértica ni existe fauna salvaje. Pero allí resiste un grupo humano movido por una poderosísima fe en la victoria y un extraordinario orgullo. Los bienes son escasos, pero el Frente Polisario ha conseguido tejer una estructura administrativa extraordinariamente bien organizada. Los saharauis son quizá el pueblo africano con un nivel más alto de alfabetización y con una de las redes sanitarias más completas de África, y todo ello con una penuria económica considerable. La crisis económica que golpea Argelia ha llevado a los saharauis a depender, en lo civil, prácticamente de la ayuda internacional. En este momento, Argelia provee sólo de armas (aunque estos suministros ya no se producen desde 1991 en que se estableció el alto el fuego) y de combustible. La alimentación, las medicinas, el vestuario, el material escolar, lo básico, en definitiva, se obtiene gracias a la ayuda internacional. Esa ayuda cada vez es mayor. De algún modo, la inoperancia de Naciones Unidas a través de los nefastos Secretarios Generales Pérez de Cuéllar y Butros Gali, se compensó con una impresionante movilización internacional en favor del pueblo saharaui. Muchos Gobiernos (como el español), en aras de supuestas ³razones de Estado² han negado su apoyo a la causa saharaui, pero los Pueblos a los que supuestamente representan esos Gobiernos han manifestado a través del impresionante veredicto de las obras que la razón y la justicia están del lado saharaui, no del marroquí.
Después de haber oído a ilustres políticos con pretensiones de estadistas calificar a la causa saharaui como "romántica", "condenada al fracaso" y demás, ahora parece que la cuestión del Sahara puede experimentar un vuelco. A principios de año tomó posesión, apoyado por Estados Unidos, como nuevo Secretario General de Naciones Unidas el Sr. Kofi Annan, ciudadano de Ghana, Estado que ha reconocido a la República Árabe Saharaui Democrática. Kofi Annan ha dado un golpe de efecto al nombrar como representante especial suyo a un peso pesado de la política mundial, el ex-Secretario de Estado nortemericano James Baker. Éste, tejano orgulloso, no parece que pueda convertirse en el dócil instrumento de Hassán en el que se convirtieron otros personajes. Ya ha comenzado su tarea entrevistándose con los gobiernos marroquí, argelino, mauritano y saharaui. Aún queda esperanza para el Sáhara.
(*) Carlos Ruiz Miguel es autor del libro El Sahara Occidental y España: Historia, Política y Derecho. Análisis crítico de la política exterior española, editorial Dykinson, Madrid, 1995.