A Hamdi Mbarki

Hemos guardado un minuto de silencio en tu recuerdo, Mbarki. Pero que minuto más corto: quise, pero casi no pude, imaginarte enarbolando tu bandera en las calles de El Aaiun entre tus compañeros haciendo frente a la barbarie; ojo avizor, atento el oído, acelerado el corazón.

Solo veía un charco de sangre y tu que avanzabas con la bandera en la mano. No sigas Mbarki, es ahí donde te espera la muerte, la bandera será tu cruz. Pero en aquel torbellino de botas, porras y escudos solo se oían los ladridos de la jauría: a la cabeza, a la cabeza, crucifícale… Tu blanco derrah se iba haciendo rígido, marmóreo, como las alas de un ángel de cementerio, mientras los puños de los sayones poseídos de un demoníaco delirio descargaban los vergajos clavando espinas en tu frente, como un cristo del desierto: a la cabeza, crucifícale, a la cabeza;. Pero tu no eres Cristo, ¿o si?, cualquier victima inocente es un cristo.

Qué largo aquel minuto en que tu imagen se borraba en los espejos, y tu mano, floja ya, no podía sostener la bandera. Mi pensamiento quiso llegar a tu ciudad a poner mis ojos entre aquellos cientos de ojos aguados que en cada esquina derramaban su pena y su rabia. Ojos aterrados que en cada ventana y en cada terraza quedaron fijos ante el horror de la muerte. Después las tinieblas y la pesadilla de los gritos que empiezan a rebotar entre cuatro paredes uniéndose al horrible concierto de los gritos de dolor allí encerrados. Después el silencio.

Y una vez más lo desmentidos: ha sido una pedrada que le dio en la cabeza. Una pedrada contra la verdad y el cinismo, asesinos.

Ya todo terminó amigo Mbarki, descansa en paz en tu ciudad; la de las blancas esferas en los tejados de las casas, la de las dunas de arena donde descansan otros mártires que antes que tu dejaron sus gritos de dolor entre esas mismas paredes. Te dimos un minuto Mbarki a ti que has dado una vida.

15 XI 05