OPINION

 

EL SENTIDO DE LAS CRÍTICAS

"Quizás, notas para un Congreso"

Huneifa ibnu Abi Rabiaa

Parece que todas las opiniones del respetable inciden en dos asuntos fundamentales: Uno, los comentarios arrojan un diagnóstico muy negativo sobre la actual Situación Interna; y Dos, esos mismos comentarios colocan la responsabilidad del deterioro de la situación en la actual Clase Gobernante.

Resulta que para ganar la batalla exterior tenemos, los saharaius, que vérnoslas con varios elementos externos: La ONU, Marruecos, Francia, España, USA, etc. Pero para conseguir un estado aceptable de la Situación Interna estamos solos. Somos únicos dueños y responsables de lo que hacemos o dejamos de hacer. Ya nadie duda que para ganar la batalla exterior es preciso ganar, primero, la interior. Y de esta constatación parecen proceder los comentarios, opiniones y críticas de los saharauis.

En la medida en que, Marruecos, para alcanzar sus fines se basa en ganar tiempo y, los saharauis, para alcanzar los suyos, se basan en resistir, salta a la vista que la actual Situación Interna no es la más apropiada para aguantar otros treinta años si fuere menester. De ahí que todas las opiniones critiquen la gestión de los asuntos internos. No están de acuerdo con el modo en que se está gestionando la política del día a día. Tienen razón, gestionar una situación de no guerra (desde 1991) exige mayor capacidad que gestionar una situación de guerra (hasta 1991). Y nuestros gobernantes carecen de la capacidad académica que les habilita para lidiar con las arduas tareas de gestionar la res pública, llena de intereses contrapuestos. Parece, por tanto, que para legislar y gestionar la sanidad, la educación, el comercio, la economía, el transporte o legislar sobre el matrimonio o la adopción internacional de menores, la sociedad ya no quiere ideólogos curtidos en mil batallas, reclama la entrada en escena de gente con conocimientos tasados y académicamente demostrados.

Para ganar la batalla a Marruecos es una condición sine qua non mantener una sólida cohesión interna que, a ojos del respetable, parece estar diluyéndose. Y en tanto en cuanto se consolida esa apreciación arreciarán las críticas. No será necesario recurrir a los servicios de ninguna empresa demoscópica para verificar que el 95% de la juventud de los Campamentos desea emigrar hacia cualquier parte, incluida la posibilidad de servir de intérprete a las tropas invasoras en Irak. Toda una paradoja. Una Revolución que dio lo mejor de sí para criar y educar a sus hijos, se deleita, ahora, con fagocitarlos. De ahí que ciertas voces empiecen a pedir mayor deportividad, a nuestros gobernantes, para encajar mejor las críticas y aceptarlas, porque acertadamente entienden que las manifestaciones antisistema sólo aparecen ahí donde la única posibilidad de manifestar la oposición a la gestión del Gobierno sea salirse del sistema.

En cuanto a la cuestión de la Clase Gobernante, aunque ellos se nieguen a identificarse con este término, no tendrán más remedio que aceptarlo. El término Clase Gobernante ya es un concepto que, en nuestra sociedad, goza de la suficiente sustantividad y corporeidad como para ocupar el lugar que le corresponde en el debate público.

No siendo marxista, me acojo a la definición que hace K. Marx, al definir a la Clase por su papel dentro del proceso de producción. En la medida, dice, en que se reproducen los mismos hábitos y costumbres que los demás, se pertenece a una clase, de lo contrario no. Pongamos dos ejemplos para ilustrarlo: Primero, finales de los setenta y principios de los ochenta: Usted va siempre enfundado en su traje militar, fuma 'maneija' y es parco en palabras al comentar las batallas militares. Está claro: Usted pertenece a la clase de los militares. Que prefiere la ropa normal, fuma cigarrillos y le encanta hablar de las batallas: fijo que es maestro. Bueno, también, puede ser del Ministerio de Cultura. Que de vez en cuando apareces con tabaco de marca, usas buen perfume y buena ropa , y encima conjugas el verbo telefonear en primera persona, está clarísimo: tus contactos pertenecen al cuerpo diplomático. Segundo ejemplo, años noventa y dos mil. Madrugas todos los días embutido en tu mono de faenas y vuelves manchado de sangre, hablas de las lluvias y los pastizales, está claro: Usted es 'nahar', matador de camellos, de la clase obrera. Que te levantas a las ocho, a veces te ausentas por varios días, estás al corriente de la cotización del dólar en los mercados de Nuagchott y te sabes de memoria los nombres de todas las marcas de 'melhfas', está clarísimo: fijo que eres comerciante.

Pero el militar, el comerciante, el barbero, el herrero y, también, el diplomático (éste, más afortunado) pertenecen todos a la sociedad civil. Comparten problemas y preocupaciones. Cuando el sudor de la frente no alcanza para llegar a fin de mes, los dedos índices de todos apuntan hacia un mismo punto alto por el retraso de la harina. Cuando coinciden en que sus hijos cada día saben menos y la atención a sus enfermos ha empeorado, señalan todos ese mismo punto alto. Cuando después del enésimo congreso, la situación sigue siendo la misma, vuelven a coincidir sus índices señalando ese punto alto. Y cuando, en Nueva York, las cosas pintan bastos, los dedos ya se alzan acompañados de comentarios agrios.

Después de treinta años en el exilio el tiempo ha terminado configurando con toda nitidez, a ojos de la ciudadanía, los contornos exteriores de esa otra Clase situada en ese punto alto. Luego si hay una Clase Gobernante. Y es muy clarificador el término en lengua vernácula 'alquíada', por el papel que tiene un grupo de dirigir a los demás, en el sentido de capitanear a una colectividad dada.

Pero llegados a este punto, es necesario resaltar que la ciencia política asiste a las élites dirigentes de las formaciones políticas, ya sean partidos o movimientos de liberación, a la hora de erigirse en guardianes de las líneas rojas de la ideología que inspira sus formaciones. Están en su derecho, tales élites, para repeler cualquier acción que, entienden, adultera la esencia política de sus formaciones y han de actuar para que sus formaciones no pierdan sus señas de identidad. De ahí que los grandes virajes políticos e ideológicos hayan requerido, siempre, de grandes e históricos congresos. Y dado que el paso del tiempo termina personificando las ideas en las personas que componen las cúpulas de tales formaciones, incluso las sucesiones generacionales de tales cúpulas siempre han revestido un carácter histórico. Todo ello en aras y por mor de perseverar en el ser de las formaciones o movimientos de liberación. ¿ a caso nuestra Clase Gobernante desconfía de esa juventud que tanto empeño ha puesto en su formación?

Pero cuando las élites gobernantes, procediendo todos de humilde cuna, llegan al poder, empiezan a codearse con la sociedad económicamente pudiente, saborean los placeres de la alta sociedad, utilizan los mejores coches, pasan todos los veranos en Europa, se casan con las mujeres más bellas y jóvenes, etc. Entonces, la tentación de perpetuarse en el poder se vuelve terriblemente irresistible. Y los nobles valores sucumben ante los intereses más espurios.

Sólo así se entiende que la adopción del tribalismo como principio que inspira la política del Estado, a parte de la inversión de otros valores, se haya realizado, no un Gran e Histórico Congreso que sería lo propio, sino que ni siquiera haya sido anunciada. Aún recordamos aquellas condiciones que el POLISARIO pedía para aceptar la idea de un referéndum: retirada total de las tropas marroquíes, retirada de la policía marroquí, retirada de los colonos y de la Administración, y el establecimiento de los cascos azules en la totalidad del territorio. Pues bien, de aquellas condiciones maximalistas se ha pasado a las aceptaciones más vejatorias: admisión de la bandera y el sello marroquíes (Plan II de Baker). Tampoco aquí ha sido necesario convocar un Gran Congreso en el que, naturalmente, habrían corrido cabezas. Pero claro, pendular desde las más altas y valientes condiciones a las más viles y cabizbajas aceptaciones garantiza la perpetuidad en el poder. Ni qué decir de las interminables rotaciones ministeriales que el tiempo ha demostrado inútiles. Sabe Usted, estimado lector, de algún ministro actual que no haya ocupado antes, como mínimo, otras tres o cuatro carteras?. Cuando un mismo hombre ha sido ya ministro de sanidad, educación, interior, gobernador, etc, uno llega a comprender, en toda su magnitud, el significado de Clase Gobernante.

Ahora bien, ¿nos otorga, todo esto, el derecho a gritar, desde Europa, pidiendo la dimisión colectiva de nuestros gobernantes? Lo dudo.

Huneifa ibnu Abi Rabiaa (ibnuabirabiaa@yahoo.es)

08.05.06


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