Frank Ruddy
Embajador de Estados Unidos (ret.)
LA
ONU Y EL SÁHARA OCCIDENTAL
[Original: “THE UNITED
NATIONS AND WESTERN SAHARA”
Traducción: CEIM-UCM
Revisión: Luis Portillo
]
Distinguidos miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
distinguidos miembros de la Universidad, amigos del Sáhara
Occidental,
Estoy en deuda con nuestros anfitriones de hoy por patrocinar esta
Conferencia sobre Derecho Internacional y el Sáhara Occidental,
y aplaudo a la República de Sudáfrica por su continuado
apoyo al pueblo saharaui. Doy las gracias, en particular, al
Departamento de Asuntos Exteriores y al embajador Van Tonder,
Director de África del Norte, así como a la Universidad
de Pretoria y a la profesora Michelle Olivier, de la Facultad de
Derecho, por proporcionarnos a nosotros y a todos aquellos interesados
en el Derecho Internacional este extraordinario foro de intercambio de
ideas. Quiero indicar a la profesora Olivier que ya pronuncié
una conferencia aquí mismo, en la Facultad de Derecho, hacia el
año 1971, sobre el caso de Angela Davis, una causa muy
célebre en aquella época. Agradezco también su
asistencia a todos nuestros distinguidos colegas venidos aquí
desde distintas partes del mundo para añadir brillantez a este
programa. Admiro al profesor El Ouali, que ha venido desde Marruecos
para defender lo indefendible. No estoy de acuerdo con su postura, pero
he de reconocer que tiene agallas. Como dicen los abogados en mi
país, cuando no tengas el Derecho de tu parte, argumenta los
hechos; cuando no tengas los hechos de tu parte, argumenta el Derecho;
y cuando no tengas ninguna de las dos cosas, probablemente no sea mala
idea irse con cajas destempladas, que es lo que ha optado por hacer hoy
el profesor El Ouali.
Ahora que estoy en el capítulo de agradecimientos,
déjenme añadir que, a lo largo de mi carrera como
funcionario, he tenido el honor de trabajar con dos autoridades
destacadas en las Naciones Unidas: la embajadora ya fallecida Jeane
Kirkpatrick, que conocí cuando trabajaba en el Departamento de
África subsahariana de USAID, y el embajador John Bolton, con el
cual trabajé en USAID cuando era un simple abogado. Estoy en
deuda con ambos por sus numerosas ideas, que se reflejan en mis
reflexiones de hoy.
Hace once años compartí una tienda de campaña en
Tinduf con José Ramos Horta, que acababa de ganar el premio
Nobel por su valor en la lucha por la independencia de su pueblo de
Timor Oriental. Antes de conocerle, creía que los héroes
eran personajes de novela. Cuando conocí a Ramos Horta, tuve el
placer de encontrarme con uno de carne y hueso.
Hoy estamos viviendo de nuevo algo déjà vu. Es un honor
para mí estar en el mismo programa que Aminatu Haidar, una
heroína saharaui que acaba de ganar el Premio Robert F. Kennedy
de los Derechos Humanos en Washington, D.C. Fue un honor ser uno de los
que la avalaron para ese Premio.
La señora Haidar es una persona que se manifiesta de forma
pacífica, no violenta, en su hogar, el Sáhara Occidental,
por la autodeterminación de su pueblo y por la liberación
de los prisioneros políticos saharauis de las cárceles
marroquíes. Debido a sus protestas, los invasores
marroquíes de su país la han pegado, encarcelado y
mantenido incomunicada durante meses a lo largo de los últimos
20 años. Todo esto ha conseguido minar gravemente su salud.
Así que la próxima vez que oigan a los marroquíes
hablar del bien que van a hacer por el pueblo saharaui, recuerden lo
que le hicieron y aún le siguen haciendo al pueblo saharaui.
Recuerden a esta mujer frágil y valiente que ven hoy aquí
con sus propios ojos, y lo que los marroquíes le han hecho.
Los marroquíes le han prometido a Aminatu más de lo mismo
si no renuncia a sus protestas. Si han visto ustedes una copia pirata
del informe del Comité de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas de 2006 sobre el Sáhara Occidental -y digo copia pirata
porque la ONU no está dispuesta a publicarlo oficialmente (al
parecer, no es para consumo público)- sabrán que los
marroquíes hablan en serio. Freedom House y otras organizaciones
similares de defensa de los derechos humanos otorgan a Zimbaue y al
Sáhara Occidental ocupado por Marruecos la misma bajísima
puntuación, apenas por delante del Tibet, Cuba y Corea del
Norte. ¿Renunciará Aminatu a sus protestas? ¿O
continuará con ellas, siguiendo las enseñanzas de Elie
Wiesel? : “Habrá veces en que no podamos impedir que se cometa
una injusticia, pero nunca tenemos que dejar de protestar por ella”. Yo
conozco la respuesta. Ustedes también. Parafraseando al poeta
irlandés William Butler Yeats: todos los que estamos hoy
aquí nos honramos de tener una amiga como tú, Aminatu.
El referéndum que nunca se
celebró
Mi primera experiencia en la ONU fue como el guión de una
película de Woody Allen. Fui contratado por Sahabzada Yaqub
Khan, un destacado político paquistaní que era entonces
el representante del Secretario General Boutros-Ghali para el
Sáhara Occidental. Me recordaba a Nigel Bruce, ese buen actor de
los viejos tiempos especializado en interpretar al Dr. Watson en las
películas de Sherlock Holmes, un poco pesado y excéntrico
a veces, como supongo lo son muchos hombres de iguales méritos.
Recuerdo muy bien cómo contaba Erik Jensen la visita de Yaqub
Khan al Sáhara Occidental. Cuando vio la gran bandera que
ondeaba en la fachada del despacho de Jensen, que estaba por aquel
entonces al frente de la MINURSO, le preguntó: “¿Por
qué tienes izada la bandera israelí?” Por supuesto que la
bandera no era israelí, sino marroquí. Ambas banderas
tienen una gran estrella en el centro y, en fin, nadie es perfecto.
Erik Jensen tenía muchas anécdotas como ésta y las
contaba de maravilla. Era un gran imitador de Boutros-Ghali, entre
otros, y en general una compañía muy amena, una
versión viva de Bertie Wooster, el inglés tontuelo
de Wodehouse, con sus polainas y su monóculo. Jensen era un
caballero, sin polainas ni monóculo, y, desgraciadamente, no
estaba a la altura del oficial marroquí de enlace con la
MINURSO, Mohamed Azmi, un matón que hacía cumplir la
voluntad del rey Hasán en el Sáhara Occidental. Azmi era
la viva encarnación del capitán Segura de Graham Greene
en Nuestro hombre en La Habana, encantador de día y despiadado
cuando caía la noche y corría el Johnnie Walker Black. No
obstante, era un tipo que observaba escrupulosamente los preceptos de
su religión: nunca se iba de juerga antes de las 9 de la noche
durante el Ramadán. Pero el personaje más perturbador de
esta obra teatral era el Secretario General de Naciones Unidas, Boutros
Boutros-Ghali. Era íntimo amigo del rey Hasán y esa
condición debería haberle hecho renunciar a tomar parte
en el asunto del Sáhara Occidental. El desmesurado ego de
Boutros-Ghali y sus errores garrafales propiciaron su
destitución como Secretario General, algo inaudito en la
historia de la ONU, en la que casi todo, desde la malversación
de fondos hasta la exigencia de favores sexuales a los subordinados,
era considerado como un desliz sin importancia. También era
culpable de lo que Winston Churchill llamaba “inexactitud
terminológica” y ustedes y yo llamaríamos cuentos chinos.
Recuerdo haber leído en un periódico de Washington el
relato de su visita al Sáhara Occidental. Decía que
había tardado 4 o 5 días en comprender la complejidad de
las posiciones rivales de Marruecos y el Frente Polisario. De hecho -y
lo sé porque yo también estaba allí-, pasó
un solo día en el Sáhara Occidental, y la mitad de ese
tiempo comiendo cuscús con los marroquíes.
Estas historias habrían proporcionado un gran tema de
conversación si las cosas hubieran salido de otro modo. Mi
trabajo en la MINURSO era llevar a cabo un referéndum
sobre el futuro del Sáhara Occidental, una de las razones por
las que fue creada la MINURSO; pero estos mismos personajes irrisorios
convirtieron ese referéndum en una tragedia, una tragedia
enormemente costosa para el pueblo saharaui.
Expuse ante el Congreso de los Estados Unidos, en testimonio
documentado, mi experiencia en la MINURSO. Y pude hacerlo gracias
al hoy difunto Chuck Lichenstein, antiguo embajador de los Estados
Unidos ante la ONU y viceembajador de la embajadora Kirkpatrick. Pese a
su proximidad a la ONU, o quizás precisamente por ello, no era
un gran entusiasta de esta Institución. Fue él quien,
después de que los soviéticos derribaran impunemente un
avión coreano de pasajeros en 1983, dijo: “Si los miembros de
las Naciones Unidas han llegado a la sensata conclusión de que
no son bienvenidos ni tratados con la amistosa consideración que
merecen, Estados Unidos anima encarecidamente a los Estados miembros a
que se planteen seriamente abandonar -y que esta
Organización abandone- la tierra de los Estados Unidos. No
pondremos obstáculo alguno en su camino, y les diremos
adiós con la mano desde el puerto mientras se alejan hacia el
ocaso”. Pero fue precisamente Chuck quien, escandalizado por los actos
de la ONU en el Sáhara Occidental, vergonzosos incluso para los
principios de la ONU, consideró que mi relato debía
conocerse públicamente. Y me cedió su puesto para que
pudiera dirigirme al Comité del Congreso aquel día.
Redacté a toda prisa mi testimonio, que fue breve. Dije, en
pocas palabras, que el referéndum había tenido graves
problemas desde el principio. Inexplicablemente, Erik Jensen
había decidido permitir a las propias partes en contienda
procesar solicitudes para votar en el referéndum. Como resultado
de ello, los marroquíes pudieron privar del derecho al voto a un
gran número de votantes saharauis. Los centros del Polisario en
Argelia no tuvieron el mismo problema, pues todos los solicitantes
apoyaban al Frente Polisario: no había a quién privar del
derecho al voto.
El referéndum continuó su caída en picado una vez
comenzado el proceso de las solicitudes. En el Sáhara
Occidental, muchos saharauis, aterrados, nos pedían que les
vigiláramos, pero discretamente, porque cualquier contacto
manifiesto con la ONU podría hacer que se convirtieran en
“desaparecidos”. Manifesté en aquella ocasión que la
situación me recordaba a este país, Sudáfrica,
durante el apartheid, cuando podía encontrarme con los negros y
hablar con ellos con toda libertad en la seguridad de la embajada de
Estados Unidos, pero esos mismos negros hacían como si no me
conocieran si me los encontraba en público, ya que temían
represalias si se les veía hablando con un funcionario
extranjero. Y sus temores eran absolutamente razonables. ¡Ah
sí!, me olvidaba mencionarlo: Bajo la ocupación
marroquí, el Sáhara Occidental era y es un Estado
policial.
Hubo retrasos y más retrasos. En una ocasión, como si se
tratara de una farsa francesa, el referéndum se retrasó
durante dos semanas -lo que suponía un coste de 100.000
dólares al día- porque Marruecos provocó un
intercambio de cartas formales discutiendo si un adverbio que se
utilizaba en un anuncio sobre el referéndum era o no el
más apropiado.
Además de los interminables retrasos, hubo infiltración
de las Fuerzas de Seguridad marroquíes, que fotografiaron a
todos los saharauis en el proceso de identificación, pusieron
escuchas en todas las líneas telefónicas internacionales
en la MINURSO y fuera de ella y, en una palabra, Marruecos pasó
a controlar lo que debía ser una operación de las
Naciones Unidas. Las facultades de Erik Jensen para la comedia no iban
acompañadas de la respetabilidad suficiente —digámoslo
así por no utilizar una palabra más fuerte— para
enfrentarse a un matón como Azmi. Para completar este cuadro, al
final de mi estancia en la MINURSO elaboraba mis informes
simultáneamente para Erik Jensen y para Mohamed Azmi. Así
que incluso el barniz de misión independiente de la ONU
había desaparecido por aquel entonces.
Resultó que lo que yo creía haber descubierto por mi
cuenta era vox populi. Como publicó el periodista del New York
Times Chris Hedges en ese periódico, a los diplomáticos
extranjeros destinados en Rabat les divertía el descaro de
Marruecos, pero ninguno de los observadores de Marruecos estaba
realmente sorprendido. El responsable político de la embajada
estadounidense sabía lo que estaba sucediendo en la MINURSO; y
otro funcionario de la MINURSO, como la embajadora de la ONU Albright,
licenciada en Wellesley, informó personalmente al equipo del
embajador de que Marruecos estaba convirtiendo el referéndum en
una farsa. Un funcionario de los servicios de Inteligencia me
preguntó, el 4 de julio de ese verano: “¿Por qué
la MINURSO tiene esa [pitido] debilidad que permite a Marruecos
dominar el referéndum?” Incluso Human Rights Watch pudo redactar
un documento de 44 páginas sobre las violaciones por parte de
Marruecos de los derechos de los saharauis, porque parecía que
todo el mundo sabía lo que estaba pasando en la MINURSO.
La acción de la ONU en el
ínterim, o más bien la
inacción de la ONU
Pero primero, como dicen en televisión, un mensaje de nuestros
patrocinadores: una breve ojeada a las Naciones Unidas, su historia, su
retórica y la realidad.
En 1693, William Penn publicó su “Ensayo para la paz presente y
futura de Europa”. En él abogaba por la creación de “un
parlamento de príncipes,... para juzgar las controversias
territoriales y mantener el gobierno de la ley”. Este parlamento
tendría jurisdicción sobre dichas controversias e
impondría sentencias, que se harían cumplir por las armas
a los Estados que no estuvieran dispuestos a cumplirlas. Penn pensaba
que esto, una versión temprana de lo que ahora
llamaríamos ius cogens, garantizaría la paz en Europa y
restauraría la reputación de la cristiandad.
Pasemos ahora rápidamente a la Sociedad de Naciones: El fracaso
de la Sociedad de Naciones, como observó Harold Nicolson, se
debió a la falacia de que se podían aplicar a los asuntos
exteriores las instituciones y las prácticas de los procesos
legislativos de la democracia liberal. “Entre las gentes que aman la
paz… la violencia podría ser sustituida o sería
sustituida por la razón”, como se define por el voto
mayoritario, un Estado, un voto. Una bonita utopía, que
simplemente no funcionó.
Una guerra mundial después del fracaso de la Sociedad de
Naciones, el antiguo secretario de Estado de Estados Unidos, Cordell
Hull, que volvía de la conferencia de Moscú de 1943 -en
la que Gran Bretaña, la Unión Soviética y los
Estados Unidos habían acordado crear una organización
internacional para mantener la paz en la postguerra-, anunció:
“Ya no habrá necesidad de esferas de influencia, alianzas,
equilibrios de poder… con los cuales, en un pasado desgraciado, las
naciones luchaban por salvaguardar su seguridad o promover sus
intereses”. Este tipo de ensoñación sigue vigente, como
se puede comprobar leyendo los comunicados de grupos como la
Asociación de las Naciones Unidas. Hace tan sólo unos
cuantos años, Lewis Henkin, de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Columbia, hizo una declaración igualmente
peculiar: “Casi todas las naciones cumplen los principios del Derecho
Internacional y casi todas sus obligaciones casi todo el tiempo”.
A lo largo de los últimos sesenta años, la ONU no se ha
ahorrado retórica hueca en sus promesas, como la de Bernard
Baruch: “Debemos elegir la paz mundial y la destrucción
mundial”; y aún sigue haciéndolo. Incluso los presidentes
han sido crédulos. Como dijo el doctor Johnson, “Los lapidarios
no están bajo juramento”. Lo que la ONU realmente cumple difiere
muy mucho de sus promesas, como observó un antiguo
diplomático de la ONU, Conor Cruise O”Brien: “Puedes recurrir a
la ONU con toda tranquilidad: seguro que te decepciona”.
Dean Acheson, que estaba allí cuando se crearon las Naciones
Unidas, contaba que se había vendido la Carta al pueblo
americano como “poco menos que las Sagradas Escrituras”, creando
expectativas que sólo podían conducir a una amarga
decepción. El antiguo Vicesecretario General de la ONU, Brian
Urquhart, lo describía así: La Carta de la ONU establece
“un sistema de mantenimiento de la paz y la seguridad mundiales que da
por sentado que todos los gobiernos van a cumplir las funciones que se
les han asignado. Los que se vean envueltos en disputas se
valdrán de los medios disponibles en la Carta para solventar
esas disputas de forma pacífica. Si no lo consiguen, los
miembros de las Naciones Unidas, con el asesoramiento del Consejo de
Seguridad, tomarán una serie de medidas concebidas para
persuadirles de que lo hagan. Los gobiernos implicados tendrán
en cuenta y obedecerán los mandatos del Consejo. Y si persiste
la amenaza para la paz, el Consejo, encabezado por sus miembros
permanentes, aplicará medidas conminatorias, que van desde
sanciones económicas a sanciones militares, para restablecer la
paz y la seguridad”.
El comportamiento de las naciones demostró muy pronto que las
presunciones que la Carta había hecho sobre ese comportamiento
eran erróneas. Era la diferencia entre retórica y
realidad, entre una carta a Santa Claus y el mundo real.
En palabras de la embajadora Kirkpatrick,…”la Carta de las Naciones
Unidas reflejaba nuestro característico optimismo nacional y
nuestra predilección por la fe en las buenas obras. Era
idealista hasta el extremo de la utopía...Y estaba condenada al
fracaso desde el principio”. La ONU ha tenido varios éxitos en
el mantenimiento de la paz pero, añadió, “pocos hoy en
día que puedan justificar su existencia, si nos guiamos
única o principalmente por la relación de sus
éxitos en la resolución de conflictos. “La simple
realidad”, como recordó el general Marshall a Ernest Bevin en
1947, es que “la transferencia de los problemas más engorrosos a
la ONU no hace que se vuelvan más fáciles ni sencillos”.
La embajadora Kirkpatrick añadió: “Me preocupa mucho
más la tendencia que tiene la ONU a hacer que la
resolución de los conflictos sea más difícil de lo
que podría ser, al menos en muchos casos”. Alguien le
preguntó una vez a Chuck Lichenstein que habría pasado si
hubiera existido la ONU cuando tuvo lugar nuestra guerra civil.
“Probablemente aún no se habría terminado”,
respondió.
La paradoja de llevar los problemas a la ONU, como observó la
embajadora Kirkpatrick, es que el número de partes implicadas
aumenta extraordinariamente, llevando conflictos a naciones que no se
implicarían en estos problemas si no fuera por la ONU y
exigiéndoles que tomen partido, lo cual contribuye a polarizar,
en lugar de resolver, los conflictos. Como observaron Yeselson y
Gaglione en su libro sobre la ONU, llevar un tema a la ONU se ve con
frecuencia como un acto hostil, debido a la reputación de
partidismo y exacerbación de conflictos que tiene este Organismo.
Como contaba en su reciente libro, Surrender is not an Option [Rendirse
no es una opción], John Bolton esperaba tener la oportunidad de
hacer algo para resolver la cuestión del Sáhara
Occidental -el conflicto más largo y postergado de la historia
de las Naciones Unidas- cuando fue embajador de Estados Unidos ante la
ONU. Pero el sistema de mantenimiento de la paz de la ONU no lo
permitió. Marruecos había acordado celebrar un
referéndum pero “ejercía un bloqueo sistemático
sobre los pasos necesarios para llevarlo a cabo, como por ejemplo la
identificación y el registro de votantes. Ése era un
claro ejemplo de las limitaciones del mantenimiento de la paz de la
ONU…, simplemente no había ninguna posibilidad de éxito
si una de las partes se cerraba en banda y se negaba a cooperar. En ese
sentido, al menos, casi todos los miembros de la ONU tienen una especie
de veto respecto a las operaciones de la ONU que les afectan
directamente, y no sólo los cinco miembros permanentes del
Consejo de Seguridad. Éste es, sin lugar a dudas, el motivo por
el que la ONU recuerda tan a menudo a la Sociedad de Naciones en sus
logros”.
Algunos ilustres comentaristas —como Pedro Pinto Leite, que nos
acompaña hoy, y la embajadora Salka Embarek, ambos con una
extraordinaria capacidad de defender sus posiciones- han criticado al
anterior Representante Especial, Peter van Walsum, por declarar, con
mucha verborrea, que aunque el Derecho Internacional está a
favor de los saharauis, el Consejo de Seguridad tendría que
encontrar una solución intermedia entre la legalidad y la
realpolituk. Lo increíble de esta declaración, como
señaló John Bolton, fue que Van Walsum “había
hablado por fin de lo que no se podía hablar”. Hasta entonces,
los políticos serios no se atrevían a admitir
públicamente que la ONU iba a buscar un compromiso entre la
“legalidad internacional” y la “realidad política”. Van Walsum
estaba deseando decirlo: El emperador va desnudo.
La conclusión que Bolton extrae sobre la metedura de pata o la
franqueza de Van Walsum -depende de cómo se mire- da qué
pensar: Marruecos nunca permitirá que se celebre un
referéndum, así que no hay razón para que la ONU
intente montar uno. No obstante, como a nadie se le ocurre qué
se puede hacer con la MINURSO, ésta va camino de adquirir una
“existencia casi perpetua”. En dicha capacidad, aunque no pueda
promover una resolución del conflicto, sí que es capaz de
prolongarlo o complicarlo. Por lo tanto, acabar con la MINURSO es
una posibilidad tentadora. Ello forzaría a Marruecos a ponerse
seria con el referéndum, o bien, si no consigue eso, al menos
eliminaría el obstáculo que impide a Marruecos reunirse
con Argelia, la protectora de la soberanía saharaui, para tratar
directamente el problema. El Departamento de Estado [de EE.UU.] se
oponía al plan de Bolton, por medio de Eliot Abrams, vendiendo
lo que ahora llamamos el plan de autonomía.
Obstáculos actuales a la
resolución del conflicto: el
plan de autonomía
Como decía George Orwell, siempre hay sitio para un pastelito
más. Incluso en discusiones serias como ésta, es crucial
poder distanciarse para ver los elementos absurdos. Es sabido que 168
miembros del Congreso se han significado firmando una carta de apoyo al
plan de autonomía marroquí. Hay que contemplar esto con
cierta perspectiva, como acaba de hacer Ian Williams, del
periódico británico The Guardian. Él recuerda una
encuesta que hizo en 1992 Spy Magazine a 24 miembros republicanos del
Congreso, preguntándoles qué proponían hacer
respecto a la situación de Freedonia. Ese país no existe,
por supuesto. Es el país ficticio de la película Sopa de
ganso, de los hermanos Marx. No obstante, todos los congresistas
encuestados “discurseaban a la manera de un político sobre los
esfuerzos que emprenderían para garantizar la estabilidad
allí”. Williams concluye que 160 de los 168 signatarios de la
carta de autonomía no habían oído nunca hablar del
Sáhara Occidental hasta un mes antes de enviar la carta. “Cuando
los doctos miembros del Congreso se abalanzan a firmar una carta sobre
política exterior que no contiene hechos probados, puedes estar
seguro de que hay un lobby detrás”. Como persona que ha pasado
mucho tiempo en las salas del Congreso, no tengo otra cosa que decir
que amén.
Sin embargo, más importante que lo anterior es el hecho de que
la mayor parte de los 50 miembros del Subcomité para Africa de
la Cámara de Diputados —es decir, congresistas que
verdaderamente tratan día a día asuntos africanos—
firmaron una carta en sentido opuesto, en la que requerían el
apoyo de los Estados Unidos a la autodeterminación saharaui.
Pero, como señala Williams, al no haber dinero marroquí
detrás, pocos prestaron oídos a esta cuestión.
Cuando James Baker asumió el cargo de Representante Personal del
Secretario General [de la ONU] para el Sáhara Occidental, se
reunió con el rey Hasán y con los líderes
del POLISARIO y les consultó sobre sus aspiraciones. Ambos
dijeron: “Queremos un referéndum libre y justo. No
queremos hablar de autonomía. Queremos hablar de un
referéndum”. Y Baker comenzó la serie de reuniones
europeas que concluyeron en los Acuerdos de Houston, firmados por ambas
partes.
Baker fracasó porque, aun cuando Marruecos había firmado
y sellado el acuerdo para celebrar un referéndum (¡dos
veces!), se negó en la práctica a dar los pasos
necesarios para que se celebrara. Como dijo André Malraux, tirar
el tablero de ajedrez es, sin lugar a dudas, un movimiento eficaz, si
no legítimo, en el ajedrez.
La ley que rige la disputa entre marroquíes y saharauis es
clara. Simplemente, carece de importancia:
El Tribunal Internacional de Justicia falló que los lazos
históricos de Marruecos con el Sáhara Occidental no eran
suficientes para establecer la soberanía; pero Marruecos ha
pasado por alto esa decisión.
El Tribunal tampoco encontró ningún motivo legal por el
que no se pudiera cumplir la Resolución 1514 (XV) de la Asamblea
General, sobre la descolonización del Sáhara Occidental,
ni proceder a la celebración de un referéndum
específico, basado en el principio de autodeterminación,
que reflejara la expresión libre y genuina de la voluntad del
pueblo de ese territorio. Pero Marruecos no ha permitido que nada de
eso sucediera.
Marruecos ha roto dos veces sus obligaciones contraídas en un
Tratado, de celebrar el referéndum, y ahora simplemente dice:
“Ni hablar, José.”
Marruecos invadió ilegalmente el Sáhara Occidental en
1975 y desde entonces lo ocupa ilegalmente. The Economist
tildó la acción de Marruecos de Anschluss
[anexión, en alemán]. Marruecos ha ignorado las
resoluciones del Consejo de Seguridad que condenan sus actos y no ha
cedido un ápice. Como ha observado John Bolton, Marruecos tiene
el control de facto del Sáhara Occidental. Y ahora pretende
ampliarlo a un control de jure mediante su plan de autonomía,
que es, a juzgar por las apariencias -como señaló Emhamed
Khadad en el Wall Street Journal- una argumentación
completamente circular: Que Marruecos ofrezca un plan de
autonomía, en un lugar en el que no tiene ningún derecho
legal a estar, al pueblo de un territorio que Marruecos ocupa
ilegalmente, es un absurdo digno de figurar en Alicia en el país
de las maravillas.
Respecto a la comunidad internacional, ésta no sólo no
abuchea el plan de autonomía, sino que lo apoya, aun cuando el
plan de Marruecos jamás permitirá a los saharauis ser
independientes, aunque sea su derecho en virtud de la ley.
¡Increíble! El mencionado plan está recibiendo
apoyo a pesar de basarse en la suposición de que el
Sáhara Occidental pertenece a Marruecos, algo que ha negado
específicamente el Tribunal Internacional de Justicia.
Está recibiendo apoyo aunque ello equivaldría a respaldar
el concepto, ya desacreditado y de dudosa reputación, de
lebensraum [espacio vital, en alemán], la expansión del
territorio de un país por la fuerza militar. De hecho, como ha
señalado el profesor [Stephen] Zunes, sería la primera
vez desde la creación de la ONU y la ratificación de la
Carta que la comunidad internacional habría refrendado dicho
concepto, algo impensable para los fundadores de las Naciones Unidas,
que acababan de luchar en una guerra cuyo objetivo era precisamente
terminar con ese tipo de abusos.
Algunos de mis colegas, antiguos embajadores de los Estados Unidos en
Marruecos, han redactado una carta que apoya el plan de
autonomía de Marruecos. Estoy seguro de que su intención
era buena, pero sus hechos y razonamientos generan lo que los
españoles llaman vergüenza ajena, esto es, la
turbación que uno siente ante las meteduras de pata de otros.
Por ejemplo, llaman al POLISARIO “un grupo de rebeldes apoyados por
Argelia” que “desafía la soberanía histórica de
Marruecos” sobre esta zona, “a la que a veces se denomina Sáhara
Occidental”. El embajador [saharaui] Breica contestó a estas
afirmaciones, a esta propaganda a fin de cuentas, con
contundencia. Todos los que estamos aquí sabemos de lo que
hablamos, y sería tedioso repetir las refutaciones pertinentes.
La carta en cuestión muestra el tipo de sucias maniobras y
-llamemos a las cosas por su nombre- las mentiras que Marruecos no se
priva de utilizar para influir en la opinión pública.
¿Los POLISARIOS rebeldes? ¿De verdad? Prefiero pensar que
este pareado les retrata mejor:
Cet animal est très
méchant,
Quand on l’attaque, il se défend.
En su reciente exposición ante el Cuarto Comité de la ONU
sobre Descolonización, el Dr. Pedro Pinto Leite
señaló que la Segunda Década de la
Erradicación de la Colonización estaba llegando a su fin,
y sin embargo la colonización del Sáhara Occidental por
parte de Marruecos sigue incólume y con total impunidad.
Permítanme recordarles que si el plan de autonomía de
Marruecos fuere aceptado por la comunidad internacional, podemos
olvidarnos entonces de la descolonización. El día que se
aceptara el plan de autonomía de Marruecos estaríamos
contemplando el principio de la primera década del Nuevo
Colonialismo.
Ya he dicho anteriormente que la ley sobre esta cuestión es muy
clara y que está a favor de los saharauis; pero eso no importa.
Algunos hechos recientes parecen refrendar esta conclusión. Los
cínicos siempre han pensado que la ley no tiene importancia:
“¿Un derecho internacional para todas las naciones?”, se
preguntaba Voltaire. “¡Ya sólo les falta inventar un
código de conducta para los gángsteres y salteadores de
caminos!”
Perspectivas de resolución
Posibles soluciones:
Un referéndum directo que permita que los saharauis tengan la
opción de su independencia o un referéndum que permita la
independencia saharaui como parte de un plan de autonomía de
Marruecos. Seamos realistas: no va a pasar ninguna de esas dos cosas, a
no ser que se pueda presionar a Marruecos para que se tome en serio el
referéndum. El papa Juan Pablo II habló una vez de dos
posibles soluciones para Europa Central, una práctica y otra
sobrenatural: “En una, Dios nuestro señor, la Virgen
María y los santos descienden de los cielos y guían a los
gobiernos a la rectitud. Y en la otra, la sobrenatural, los gobiernos
acuerdan una cooperación mutua”. Lo que necesitamos, en este
caso, es la solución sobrenatural.
El vilipendiado Peter Van Walsum estaba en lo cierto, aunque algunos
quieran matar al mensajero. Se equivocaba, por supuesto, al sugerir que
el Consejo de Seguridad tomara una decisión sobre el tema
confrontando lo bueno y lo malo de la situación; en una palabra,
la ley frente a la realidad política. Pero reflejaba lo que
piensan muchas personas, muchas de ellas, por desgracia, en el
Departamento de Estado de mi propio país. Maquiavelo
habrá muerto hace ya casi cinco siglos, pero su filosofía
política sigue vivita y coleando; y tenemos que lidiar con ella
y con sus acólitos, como Herr van Walsum.
Los saharauis no tienen futuro alguno en la MINURSO, tal y como es hoy
en día, y no hay razón alguna para que apoyen su
continuidad.
A mi juicio, John Bolton hace bien en apoyar la eliminación de
la MINURSO porque, aunque no tuviera lugar, la mera amenaza de
eliminarla probablemente forzaría a Marruecos a tomarse en
serio el referéndum o a enfrentarse a la realidad de tener que
lidiar con el país protector de los saharauis, Argelia, una
situación que beneficiaría a ambos contrincantes. Me
parece que es la mejor opción: la que tiene más
probabilidades de éxito y menos riesgos. Sustituir a la MINURSO
ofrece la esperanza de una solución, algo que escasea hoy.
Pero los críticos de esta opción se preguntarán
qué va a reemplazar a la MINURSO cuando ya no esté.
Volviendo a mi viejo amigo Voltaire, si tienes un oso en el
salón de tu casa, no te preguntas por qué lo vas a
sustituir. Simplemente te deshaces de él.
Muchas gracias.
[ARSO HOME] [ Summary Pretoria Conference 2008]