El País (España), 16 de Julio 1995

SAHARAUIS

Rosa Montero

Son muy pocos estos saharauis, muy pobres, muy indefensos. No tienen más arma que su historia, que es justa y veraz. Por lo menos debemos escucharlos.

Ni el franquismo era habitualmente tan feroz. Me refiero al franquismo que yo conocí ya en parte amansado, delos años sesenta y setenta. Un tribunal militar marroquí acaba de condenar a ocho jóvenes saharauis a penas de prisión que oscilan entre los 15 y los 20 años por el simple hecho de haberse manifestado pacificamente por la independencia del Sáhara. Una doble barbaridad si se tiene en cuenta que está pendiente de celebracón un referéndum de la ONU que decidirá el destino del Sáhara Occidental; de manera que manifestarse en pro de la independencia no es un acto subversivo en modo alguno, sino la expresión pública de una de las dos opciones legítimas que tiene ese pueblo, opciones que se deberían ejercer en las urnas dentro de poco. O tal vez esta feroz condena indica que Marruecos no está dispuesto a aceptar la independencia de ningún modo y que el referéndum no es mas que una pantomima para Hassan?
Ahora hay en los cines una película, Los baúles del retorno, sobre la epopeya saharaui. Lo más impresionante es la autenticidad de los lugares y de las gentes; la participación, como extras verdaderos, de los protagonistas de esta historia cruel. Este otoño, los saharauis cumplián 20 años de exilio. Eran nuestra colonia, no sé si lo recuerdan (porque los pueblos tienden a olvidar sus actos vergonzosos), y les prometimos la independencia. Pero les traicionamos, les vendimos a Marruecos y les dejamos abandonados mientras Hassan les invadía militarmente. Una gran potencia magrebí contra un pueblo minúsculo. La mayoria escaparon, huyeron al desierto. Hassan les persiguió, bombardeando con napalm a los fugitivos: desoladas columnas de mujeres, de ancianos, de niños. Es una de esas atrocidades de la historia, una brutalidad de la que casi nadie se hizo eco. A fin de cuentas, los saharauis apenas suman un cuarto de millón, y además son pobres como ratas.
Desde entonces viven en los campamentos de refugiados de la hamada argelina. La hamada es el infierno de los desiertos: una immensidad de piedra resquebrajada y seca, un lugar en dondeno sobreviven ni las víboras. En verano es tórrido hasta la deshidratación; en invierno, helador como la tundra; y a menudo sopla el simún, un viento loco que te ciega y te hiere la piel con suduro y rasposo polvo de cuarzo. Una antiquisima maldición saharaui decía: "Ojalá te destierren a la hamada!", precisamente por el horror que ese entorno supone. Y la historia, perversa en sus coincidencias, les ha desterrado justamente a la pesadilla de sus maldiciones. Llevan alli, yadigo, 2O años.
He estado en los campamentos, en Tinduf, un par de veces. Con una inteligencia y una creatividad asombrosas, con un coraje y una sensatez extraordinarios, los saharauis han conseguido organizar una pequeña sociedad; y no sólo han logrado sobrevivir fisicamente, sino también moralmente. Sus jóvenes son ahora mucho más cultos que antes, cuando estaban bajo la torpe soberanía española; y han conseguido crear un ágil colectivo de universitarios y de técnicos. Cuando los españoles nos fuimos (cuando les traicionamos), sólo un saharaui tenía titulación superior. Lo que dice muy poco respecto a nuestra preocupación por culturizarlos.
Su proeza (sobrevivir, organizarse, resistir) es colosal. Basta con pensar que al principio, cuando llegaron muertos de hambre a Tinduf, los campamentos eran como los que ahora acogen a los refugiados de Ruanda: centros de muerte, de enfermedad y desolación. En las primeras semanas, los niños fallecieron a centenares. Pero supieron sobreponerse a esa miseria embrutecedora, al despojo, al exilio. Y volvieron a construirse como pueblo. Ahí, en el desierto de piedra, han creado hospitales, escuelas e incluso pequeñas, con movedoras huertas, para que los niños puedan comer vitaminas vegetales y conocer lo que es una flor.
Todos los que han ido a Tinduf, todos los que les han visto y han oído su historia, vuelven enamorados de ellos, entusiasmados (yo también). Pero no se trata de un entusiasmo teórico, ideológico, de un llenarse la cabeza con frases vacías sobre la revolución. Se trata en realidad de lo contrario: de una historia tangible, real, con nombres y apellidos. De un relato de dolor y heroismo cotidiano, de ingenio y esperanza en la capacidad del ser humano. Es una narración que sabe a verdad, y que describe una enorme, atroz injusticia. La que le hemos hecho a ese pueblo, la que le están haciendo. Mientras escribo esto, los saharauis se han retirado del censo previo al referéndum: las manipulaciones de Marruecos son tan desfachatadas (pretenden introducir a 100.000 colonos suyos en el referéndum) que tuvieron que asumir una actitud así de drástica. A pesar de lo cual, la noticia apenas si ha salido en la prensa: estamos demasiado ocupados en llevarnos bien con Hassan y en comprarle pescado con sangre saharaui. Son muy pocos estos saharauis, muy pobres, muy indefensos. No tienen más arma que su historia, que es justa y veraz. Por lo menos debemos escucharlos.
Revision de la prensa, Western Sahara Homepage